martes, 9 de mayo de 2017

DESCRIPCIÓN DE UNA TARDE DE OTOÑO *

El mar estaba embravecido. Sus olas arremetían con furia contra la costa. "Era como una oscura venganza del universo -pensaba Gabriel". Miraba por la ventana de su casa, construida en la orilla, como el cielo iba ennegreciendo. Ya no había ideas en su cabeza. Estaba vencido y a veces pensaba que, si apuraba unos tragos más de whisky, el final se acercaría. Pero sabía, que en las tristes tardes de otoño siempre pensaba así. Después el verano traería a alguna gente a la playa y más que nada, mujeres. ¡Cómo ayudaban las mujeres a vencer la  muerte! Este último verano había traído a Rita, casi una mocosa, con mucho Conrad Aiken y reivindicación Arlt. Esas chicas que llevan los libros a la playa, para detectar intelectuales aburridos como él.
Miraba la tela apoyada en una vieja silla que le servía de caballete, sólo con algunos trazos y los pinceles desparramados por el suelo. Contra una de las paredes, en el rincón, había un esbozo del rostro de Rita, que siempre se había sentido incapaz de terminar. Para él, como para casi todos los artistas, le era más fácil imaginar a las mujeres que crearlas sobre la realidad. Rita era casi indescriptible. Una enigmática con más de diablo que de chica. Tenía ese extraño magnetismo, que sólo tienen algunas mujeres que lo obligan a uno a amarlas sin reservas, sin preguntar que hacen, como piensan y en que momento asentarán cabeza, quedarán embarazadas y criarán niños educados. Lo más probable, es que hagan el amor toda la vida sin dejar rastros en alguna parte. ¿Y eso cómo se refleja en una tela? Eran esas, todas reflexiones de Gabriel, mientras seguía mirando el mar y al recuerdo de Rita se sumaban otros recuerdos. Su retiro voluntario, con menos de 50 años y un prestigio ganado, con unos buenos pesos invertidos gracias a la venta de sus cuadros. Las propiedades y la galería que regenteaba su marchand, le aseguraban una renta segura en la madurez. Además, era de costumbres muy sencillas. Recordaba, también, su momento de gloria cuando el marchand le decía: "mi viejo, vos pintá, pintá cualquier cosa, si no tenés ideas pintá una florcita, un florero, un par de zapatos, pintá que la gente compra cualquier cosa que lleve tu firma, sabe que es una buena inversión".
Pero ahora no tenía ganas de agarrar los pinceles y estaba solo, solo como el mar ahí afuera con más furia y obstinación que nunca. A veces, le daba ganas de mandarse a mudar de esa casa y volver a la ciudad, al puterío y al ruido del centro, pero de sólo pensar con encontrarse con gente conocida lo aterraba. Sentía las ofidias miradas de sus colegas con rencor y envidia. ¿Porqué el elitismo de los artistas, se parece tanto a las intrigas del yiraje? Siempre buscando en donde clavar los dientes y mirando a uno como un derrotado ilustre, como diciéndole: "no querido, en un tiempo el camelo funcionaba, pero ahora no va más". Y Laura, la exitista, sumándose al coro de sus detractores, ésa que juraba amarlo y se fue al primer fracaso con su sicoanalista, porque la pobre estaba jugada y jodida, con un artista que había empezado a planchar en las exposiciones y había plata sí, pero sin prestigio. Y empezó su stress y su Jacques la sacó del pozo y se la llevó al diván y la "transferencia" fue perfecta. Entonces él, volvería a la naturaleza como Gauguin y quizás un poco de alcohol y alguna tahitiana de ésas que llegan a las playas, harían resurgir a su pintura. Y las tahitianas llegaron, primero fue Muriel una maestra jardinera, con sus libros de Piaget y Gesell, que lo trataba como a un chico y le escondía las botellas de whisky. Estaba separada del marido, vulgar e idiota, según ella, y vivió con Gabriel todo el verano. Claro que cuando empezaron las clases, volvió al colegio, no sin antes intentar llevarlo. "Porque Gaby querido, comprendé el artista debe estar en el centro de la creación". Y él se preguntaba que entendía Muriel por centro de la creación: "¿sentarse en la Plaza Francia y sentir como a uno le cagan las palomas en la cabeza? ¿Viajar como un bolas de humo en el 60 desde Constitución al Tigre, estudiando rostros cansados de tanta franela? ¿Cuál es el centro  de la creación y qué es la creación, sino sentir que a uno le pesan las bolas y los años? Mi querida Muriel debiera quererte sólo por eso, porque creés en un centro de la creación y porque seguís pensando que el bacalao se corta en la city". Entonces Gabriel se quedó y cuando llegó su segunda tahitiana, no hizo más que dedicarse a ella y a la playa. Le gustaba mostrar a Rita, con su hermoso cuerpo, y la acompañaba exhibiéndola como un bello cuadro. Muchas veces se preguntaba, si Rita no valía más que todos sus cuadros juntos. Con el verano también se fue Rita y con ella sus esperanzas de retomar la pintura. Aunque su punto neurálgico seguía siendo Laura y él lo sabía. Habían compartido muchos momentos buenos y le era difícil olvidarla. Aunque eso, a lo mejor, no era todo y la angustia nacía en otro lado. No había apostado mucho por Laura, según él, el amor verdadero no existía, todo era una justificación para mantenerse vivo, como comer, hacer planes para el futuro y soñar una vejez acunado por el bullicio de los nietos y esperar una muerte apacible con el deber cumplido; como si la vida fuera siempre una escuela con deberes y exámenes que rendir y lo único cierto era que las células envejecen, que la fuerza no es la misma y las expectativas tampoco, todo una nada tan inmensa como el mar. Y él se veía lanzado en ese mar agitado de aguas verdosas, como los ojos de Laura, navegaba en él, hundiéndose mil veces y volviendo a salir a flote para seguir divisando su figura, antes y después del whisky, con y sin las tahitianas, siempre era ella y eso era lo falso-verdadero como diría Mel Brooks. Lo mejor sería no pensar más en ella y confiar en esa profundidad verdosa, que lo hacía sentir grande y pequeño a la vez.
El sol amagaba salir por momentos, pero el intento lo había suspendido en un tenue hilo amarillento que tornaba al mar en un color azul-acerado y después se volvió a esconder, quedaron flotando en el aire algunas gaviotas y sólo ellas, pretendían vencer esa soledad de La Serena. Y el mar se aquietó sin fuerzas como el sol, como Gabriel y el brillo color oro se había perdido como Laura, ese otro sol perdido...
La oscuridad se iba acentuando y en el cielo nublado , se dejaban ver algunas estrellas en las parcelas sin nubes, pero muy pocas para significar alguna esperanza.
J. C. Conde Sauné          *Integra el tomo "Mis cuentos diversos"
                  

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