jueves, 24 de septiembre de 2009


Algo que leí, que viene a cuento para los que creen que la literatura nace con ellos y lo anterior ya no se considera. Dijo Henri Michaux: "No alcanza una vida para darse cuenta de que uno no es original, que nunca lo ha sido, que no podrá serlo, que nadie lo es, hechos como estamos de un surtido de bagajes pertenecientes a otros, a tantos otros".
J. C. Conde Sauné

viernes, 18 de septiembre de 2009


También yo, como Hawthorne, anoto en un cuaderno argumentos para posibles cuentos y también, como él, me pasa que subsisten los argumentos y los cuentos sin escribir. Me gustaría, en algún momento, tomar un tema de Hawthorne y poder realizar un cuento. Por ejemplo éste: "En una vieja casa se escucha un misterioso golpeteo en la pared, en donde antes había una puerta, ahora tapiada de ladrillos". Tal vez Cortázar, se haya inspirado en algo de este tema para escribir aquel memorable cuento "La puerta condenada". O si tan siquiera, tomara alguno de los argumentos míos y poder llevarlos a cabo. Quizás: "Obsequios para Karina", que en otro tiempo llamé "Regalos para Vicky", pero me acordé de un cuento de Mateo Booz "Los regalos de Fred Devores", con un título más o menos parecido. Cuento que por otra parte, merece estar en cualquier antología de narraciones que se haga y que integra su libro "Santa Fe, mi país". Mi argumento no era igual al de Booz, ya que mi personaje, nunca pudo saber quien le hacía los regalos. La incógnita debía mantenerse hasta el fin del relato, sin llegar a resolverse. Tal vez algún día, influenciado por el gran Franz de Praga, llegue a realizarlo.
A propósito: a veces los temas son recurrentes; ahora me acuerdo que Borges, en un ensayo sobre Hawthorne (Otras inquisiciones), decía que éste ya anunciaba a Kafka en su cuento "Wakefield".
7-10-2001 * J. C. Conde Sauné

viernes, 11 de septiembre de 2009

EL VIEJO CANTOR ( relato ) *


En un tiempo fue joven como Gardel
como todos los cantores.
..........................................
Ahora se acompaña solo,
creo que ya se va a acompañar solo,
siempre que le recuerden algo.
LUIS LUCHI (Vida de poeta)


Llegó a Las Barrancas esa tarde, traía una guitarra que tenía un estuche más raído que su pantalón. Los zapatos negros, con taquito militar y una camisa blanca, desabrochada, dejando ver una cadenita muy fina de oro, quizás el último recurso para el empeño.
Había cantado, en otros tiempos, con una de las orquestas de primera línea; así nos contaba Bazán, el mozo de la confitería, que vivía en un cuartucho lindero a una de las pistas de baile, en la parte baja del recreo.
Apenas llegó, peló la guitarra y se puso a rasguearla, pero, enseguida, Bazán se lo llevó para la pieza con dos botellas de vino. Con ellos también iba Elvira, una mujer que Bazán había encontrado un día llorando sobre una de las mesas y la consoló llevándosela a la pieza; desde entonces vivía con él. Y los tres, incluido el viejo cantor, ya le estaban pegando al vino. El cantor empezó a canturrear algunos tangos, deformándolos con obscenidad y su "francesita que trajiste pizpireta sentimental y coqueta con pelos en la cajeta" se extendía por la ventana abierta hacia el recreo. Algunos miraban y se reían, mientras otros ya se estaban quejando a Tito, el carpero (el encargado del recreo que alquilaba las carpas): "Hay chicos, usted ya sabe". Tito golpeó la puerta y de adentro lo reputearon de lo lindo. Se fue moviendo la cabeza, dubitativo, entre dejar pasar la cosa o avisarle a don Pardo, el dueño del balneario. Pero no fue necesario, al poco tiempo dormían los tres, la siesta, como benditos.
Salieron a eso de las siete de la tarde. Elvira estaba vestida con lo mejor; un vestido amarillo escotado y brilloso y unos zapatos, de tacos altos, encharolados. No era fea, pero tenía la pinta de esas pardas guerreras, capaces de reventar a cualquiera. Bazán le había conseguido un puesto en el guardarropa de la confitería y ella se sentaba detrás del mostrador fumando, con las piernas cruzadas, unas piernas muy lindas que hacían que Bazán fuera envidiado por todos los milongueros. El cantor se había puesto una corbata y un saco blanco, que le había prestado Bazán. Ahora estaba un poco más presentable. Bazán con su ropa de mozo y la bandeja apoyada sobre un trapo rejilla que tenía en la mano, andaba por entre las mesas. Frente a una de ellas, cerca de la ventana que daba hacia el río, se había sentado el cantor y empezaba a darle a la cerveza, mientras miraba con intención de sacar a alguna de las milongueras, que habían caído al baile; pero sólo fue una intención, porque siguió pidiendo Quilmes cristal, mientras fumaba uno que otro cigarrillo y apilaba los cartoncitos de cerveza y tarareaba "Malandraca" que resonaba por los parlantes con Pugliese a toda orquesta. Todos bailaban y pocos se daban cuenta que él existía, a pesar de haber sido un cantor de tangos muy conocido en su momento.
La milonga terminó, empezando entonces la verdadera función. El cantor y casi todos, con Bazán y Elvira, bajaron hacia la pista de cemento que estaba en la parte baja, con la confitería justo encima. Allí había una extensión de parlantes para difundir música y la usaban todos aquéllos que no querían ir a la confitería, porque les resultaba más cara la consumición. El público estaba dispuesto; gente rezagada que se había quedado en el balneario a pescar en el murallón y que ahora se acercaba, más los que vinieron de la confitería. El cantor le dijo a Elvira que trajera la guitarra. La templó y ahí nomás sin decir agua va se mandó "Viejo smocking". Quizás ni el negro Cele se hubiera imaginado, alguna vez, una interpretación así. Parecía mentira que fuera esa misma voz que, por la tarde, había bastardeado a "Griseta". Su voz era como un desgarrón que mientras se desgaja, va dejando una hilacha de esperanza enganchada en la rama de un árbol, en alguno de los tantos paraísos que había afuera junto a las mesas; venía desde abajo, quemada por el alcohol barato de la decadencia y también el cigarrillo. Mientras él, que le daba sonido y sentido, estaba vacío, lo habían vaciado las mujeres, los amigos en las noches de escolaso y tardes en el hipódromo, soñaba con volver aunque fuera con la frente marchita, siempre le decía a Bazán que ya Pichuco o Gobbi lo habían apalabrado, mientras tanto esperaba, ese contrato salvador, como la última de San Isidro o Palermo; ese subirse a la tarima sintiendo el fueye del gordo o el violín de Alfredo acariciándole los oídos, que llegaba muy despacito hasta coparle la zurda, pero ahora estaba solo, solo con su guitarra y la apretaba como a una mujer y algunos lo recordaban en las noches del "Tibidabo" o el "Maipú Pigall", cuando aparecía con su pantalón oscuro y su saco blanco con moñito negro. Las mujeres lo esperaban a la salida y él siempre elegía una y le decía: "andá y esperame en el coche". O las noches de actuación en la radio con la gente apretujándose en la entrada y en la salida obligándolo a cantar en la vereda, sin guitarra, sin músicos, sin espacio para los ademanes, pero que lindo era todo y después firmaba autógrafos y sonreía, con esa sonrisa tan parecida a la del Morocho. Pero uno no sabe cuando termina todo. En que momento la suerte deja de acompañar, cuando las barajas vienen malas y si su supo aprovechar queda un buen recuerdo, para esos recuerdos se vive y para ésos cantaba: "yo no siento la tristeza de saberme derrotado" y Bazán mirando "como no amarga el recuerdo de mi pasado esplendor" y Elvira, la parda bravona, chorreándole las lágrimas por un semidescascarado maquillaje "al verme solo sin amigos, sin amor". Era su voz y la noche del verano que se acunaba con el arremeter de las olas del río, cerca, junto al paredón, era su voz que largaba todo desde adentro, como si fuera la última vez, como si fuera su pobre smocking que "vas a ver que un día de estos, te voy a poner de almohada y tirado en la catrera me voy a dejar morir...".

J. C. Conde Sauné *Integra parte del tomo inédito "Dos veces el mismo río".

martes, 8 de septiembre de 2009


"Feux rouges" (Luces rojas), es una película de Cedric Kahn, con Carole Bouquet y Jean Pierre Darroussin como actores principales; con un argumento basado en una novela de Georges Simenon. El argumento: un matrimonio va en busca de sus hijos, que han pasado el verano en un campamento. La pareja, que arrastra una crisis crónica, en la que el marido (Jean Pierre Darroussin), se siente ignorado por su mujer (Carole Bouquet), una abogada que trabaja en un estudio prestigioso. En cambio, su marido es un vulgar empleado de seguros. En la ruta, cuando van camino hacia sus hijos, se acrecientan las rencillas mientras él, de tanto en tanto, hace diversas paradas para ingerir whisky. La mujer, después de varios regaños, deja el auto y trata de ir en tren. Allí entra en la trama un convicto que ha escapado de la cárcel y es buscado por la policía. Este hombre será, sin proponérselo, el eje de la trama. Un film atípico, se desarrolla una buena parte del tiempo en la ruta, pero sin la truculencia y persecuciones de las películas estadounidenses. Cedric Kahn, hace una buena adaptación de la novela de Simenon y apuesta a un buen guión con ritmo sostenido, aparte de un elenco con sobresalientes actuaciones; además con Claude Debussy como música de fondo. "Feux rouges" me pareció muy buena, coincidiendo con la crítica de Jorge Carnevale, que vi en la caja original del DVD.
J. C. Conde Sauné

miércoles, 2 de septiembre de 2009

El viernes pasado se produjo en Acassuso, a pocas cuadras de Barrancas, en donde yo vivía, un asalto a un Banco. Miré con extrañeza, por televisión ese barrio por el que transcurrió mi niñez y adolescencia. Dije alguna vez, que los cuentos de "Dos veces el mismo río", son casi autobiográficos y que están ambientados allí. Ahora me resultaba raro verlo, a pesar que mucho no había cambiado; aunque ese Banco no estaba y no había negocios a la vista, casi todas eran residencias. Muchas noches, a veces de madrugada, cuando volvía de alguna fiesta en San Isidro, venía caminando por la calle Perú hacia mi casa, enfrente de la, entonces, estación Las Barrancas; todavía no era el Tren de la Costa.
Recordaba no cerrar nunca las puertas de casa, que daban a la vereda y jugar tranquilo al fútbol en la calle, algún potrero, la playa o el club Ausonia. Ése era mi paraíso y sobre todo el río, todavía no contaminado, al que iba a nadar. La contaminación ambiental, casi, no existía y la delincuencia no era tan frecuente como hoy en día. Sociedad y medio ambiente, se han echado a perder. Ya no hay lugar seguro. Estamos expuestos al deterioro, de ésto que aún seguimos soñando como país.
17-01-2006 * J. C. Conde Sauné