martes, 30 de septiembre de 2008


"Cuenta pendiente", es la única novela policial escrita por Cecil Scott Forester, escritor inglés nacido en El Cairo en 1899 y muerto en 1966.
Una novela sin detectives y un sólo crimen, que arma la trama de todo el relato. No hay culpa, ni remordimientos; únicamente el miedo del autor de ser descubierto y terminar en la horca. Con este argumento, Forester logra una novela ejemplar donde nada es gratuito, ni inconsistente. Todo se va resolviendo, no como un rompecabezas, sino por efecto de las circunstancias; en las cuales el asesino va quedando enredado, a pesar de haber tomado sus recaudos. El protagonista, importante, de la novela lo es tanto el Sr. Marble, como el jardín de su casa, en donde ha enterrado a su pariente asesinado por codicia. Es el jardín, un testigo mudo que desvela y acusa.
Borges y Bioy Casares, con buen olfato literario, publicaron en "El Séptimo Círculo", esta valiosa novela policial, dignas de las mejores en su género.
J. C. Conde Sauné

miércoles, 24 de septiembre de 2008

TAN LEJOS DEL INVIERNO Y SU PARED CON HIEDRA (relato) *


Primero estaba recorriendo el patio del colegio, en un día de invierno, muy frío y muy nublado. Fui caminando despacio y en un rincón solitario y alejado un chico comía dulce de leche de un tarrito. El muro del patio era muy alto y algunas veces con Dumbo lo trepábamos sin animarnos a saltar para el otro lado. Era un muro todo recubierto de hiedra. En ese viejo patio de ladrillos, a veces, jugábamos al fútbol y corríamos como locos hasta casi caernos de cansados. También en el comedor de la escuela, jugábamos hasta volver locos a los curas, que siempre averiguaban quién había tirado la sopa debajo de la mesa. Si no comen la sopa no hay postre, decían. Y el arroz con leche y canela y ese sabor tan especial y después toda la tarde y el aburrimiento del catecismo y las oraciones para que no venga el diablo, que lo imaginábamos oscuro y triste como las sotanas de los curas y el hermano Patricio recriminándome con su cara toda colorada: “vas a ser un pobre pecador desgraciado toda la vida”. El volver a casa por esa barranca toda frondosa en un silencio de árboles, en San Isidro, por donde solían frecuentar diablos y fantasmas. Todo forma un círculo perfecto, tan perfecto que se lo puede hacer rodar de atrás para adelante y de adelante para atrás infinitamente, tan infinitos como eran los ojos de Yanik y su piel tan suave y tan clara que se iba tostando gradualmente con el sol del verano. Porque la sonrisa de Yanik tenía ese bálsamo especial después de la escuela, cuando le obsequiaba los tréboles de cuatro hojas que íbamos a juntar con Dumbo al lado de la vía y la tarde que no encontrábamos ni uno y entonces Dumbo, después de mucha búsqueda, encontró uno y dijo hoy es mi día de suerte. “¡Oh qué suerte tengo! –dijo”. Hasta sentir el ruido del tren que se acercaba sigilosamente y había que saltar una zanja para alcanzar el tren y Dumbo no se animaba, yo no sé como hice pero la salté y Dumbo dio todo un rodeo y perdió el tren, mientras que a duras penas yo pude subir y lo tomé y entonces Dumbo se enojó y no me habló por unos días, así hasta casi una semana y Dumbo sin hablarme. Hasta que un día, yo me había gastado toda la plata, que me daban en casa, en galletitas y me tenía que ir caminando como veinticinco cuadras porque los guardas del tren me la tenían jurada, siempre viajaba de colado. Y era Dumbo que se había subido al carro del repartidor de pan y me tiraba su boleto para que yo pudiera tomar el tren. ¡Gracias Dumbo que buen amigo sos! Y después ya vamos a hablar y se te va a pasar la bronca. La colección de mariposas que le iba a regalar a Yanik es tuya, yo te la doy. ¡Pero que atorrante que sos Dumbo, ahora vos se la regalaste a Yanik! Pero no importa yo igual no me enojo, uno puede hacer lo que quiera con lo que le regalan. Y otra vez volver a la escuela, ese socavón gris y melancólico y tedioso, todo lleno de musgo en las paredes y de ventanas desteñidas y de voces chillonas: no hablen no se muevan y escuchen. Pero siempre quedan las tardes que aunque sean de invierno son agradables, tal vez no tanto como las del verano. El verano es ir a correr por la playa y ese río de agua tan sucia y oscura que juega y se balancea en un cariñoso abrazo con la arena. Sí, después en vez de jugar al fútbol para variar mejor preparamos una jabalina, yo sé como hacerla. Elegimos una buena caña bambú. ¿Ves? Ahora le ahueco el extremo más grueso hasta vaciarlo bien. Después consigo un poco de plomo y lo derrito. No va a ser difícil conseguirlo. Cuando mi viejo se vaya a dormir la siesta, le saco un poco de la caja de herramientas y lo derretimos en un tachito. Yo sé como hacerlo. Ya está, así el fuego con unas ramitas, de esas que dejaron cuando podaron los árboles de la estación. ¿Ves qué fácil? Ahora rellenamos el hueco de la caña y ya está la jabalina. Vamos a probarla en la playa. Primero tiro yo para ver como anda. Anda una barbaridad, ahora vos Dumbo. Bueno empezamos, el que la tire más lejos gana. ¡Qué buena marca hiciste Dumbo! ¡No ahí está, ya te pasé! Y después el Nené: “y che qué carajo hacen, ese es juego de maricones, mejor hagamos un picado”. No, Nené. ¿Qué querés, hacer un picado de tres? “No, ahora viene el pibe que vende los diarios, el Bernardo. Ahí está Berni, ves como yo sabía que venía. Dale flaco tirá los diarios y juguemos un picadito”. “No, no puedo tirarlos, estás loco vos, querés que el patrón me raje”. “Bueno no los tirés, pero juguemos un partido”. Bueno jugamos. ¡Ay, pajero de tipo cómo da patadas! “¡Qué patadas si no te toqué!” ¡Cómo me sigan cagando a patadas, me llevo la pelota y no juego más! “Andá sos un maricón, bueno vení no te damos más patadas”. Aquí te dan como locos. En la escuela es mejor, nunca dan patadas, los curas se la pasan vigilando. Si te agarran dando un guadañazo, andá y rezate diez padrenuestros y diez aves marías. ¿Y cuantos tendría que rezar, por haberla apretado a Yanik para que entrara conmigo en el mismo escondite cuando jugábamos a las escondidas? No mejor no se lo digo o el fuego me puede quemar. Y si me pregunta el que confiesa le digo que no, que jugábamos pero sin maldad, aunque tal vez con sólo mirarme se dé cuenta. “¿Decís malas palabras?” No. “¿Te tocás?” ¿Cómo, no entiendo? Sí que entiendo, pero me hago el tonto. Dios está tan arriba, que a lo mejor no se da cuenta. Yo no creo que pueda ver todo. ¿Cuántos ojos tiene para ver todo? ¿Y qué sabe si lo hago sin darme cuenta? Aparte no creo que tenga ojos como los gatos, para ver en la oscuridad cuando estoy escondido con Yanik. Pero él lo sabe, dice el hermano Patricio. ¿Cómo? No lo sé. Lo único que sé, es que la escuela no me gusta y menos esos pebetes con dulce de leche que vende el hermano Esteban. El dulce de leche sí, pero el pebete que pan estúpido, todo blandito, parece que uno masticara esponja. Cuando lo comento en casa, mi viejo dice: “tendrías que saber lo que es pasar hambre”. Él siempre tiene todas las respuestas, para taparte la boca. Ahora estoy cansado y me voy a dormir y no vaya a ser que sueñe con el patio del colegio y su muro tan alto recubierto de hiedra y esa sopa tan pegajosa como engrudo, toda llena de no sé qué cosas. ¡Oh sí, me gustaría soñar con los ojos de Yanik y la jabalina que vuela tan alto! Sola y suspendida allá arriba y que atravesando el aire llega cerca del río. ¿Porqué, a veces, me gusta tanto estar solo? ¿Porqué camino por la playa y busco lugares apartados, entre las toscas, en donde sentarme sin ser visto? Y me quedo tendido sintiéndolas caricias del sol, que tiene el hocico caliente como mi gata Caranchita y así estoy soñando con lugares donde no haya escuelas, ni sopas, ni diablos, ni muros con hiedras que no se puedan saltar. Un lugar donde todo es un rumor de río y de rozar alas de gaviotas. Adonde el viento del río juega con los juncos hasta hacerlos balancear, suave, pero tan suave que ni la tarde se despierta y se queda quieta, muy quieta. Yo también me quedo como suspendido en el aire, muy quieto, acostado encima de las rocas que, repentinamente, ya no son rocas, sino un sillón confortable de mimbre y los juncos crecen hasta transformarse en retamas y los pastos salvajes de la costa ahora son azaleas y cuando siento que el sol ya no me acaricia, descubro a un tilo que lo tapa y el suave estremecimiento del follaje y su fragancia sedante y el alboroto que hacen los gorriones en sus ramas y el picaflor oscilando arriba de las azaleas y treinta años que pasaron... tan lejos del invierno y su pared con hiedra.

J. C. Conde Sauné  *  Integra el tomo inédito "Dos veces el mismo río"


La primavera llega, como el caudal de un río que inunda las costas. Llega con el aleteo de las golondrinas, que planean cerca de la ventana de la cocina.
Llega como algo indescriptible que sabemos, a ciencia cierta, pasajero y tal vez fugaz.
Pero llega y por un momento apreciamos el verdadero sentido de la vida, ése que no es el de la rapiña o el "stress" cotidianos.
Aleteos de golondrinas y primaveras eternas y mates, con Malen, que nos saben a gloria, en esta mañana que miramos por la ventana, a este candoroso día de setiembre.

21-09-2001  *  J. C. Conde Sauné

viernes, 12 de septiembre de 2008


Al escritor chileno Jorge Edwards, el padre le dijo: ¿Porqué no escribes los fines de semana y eres abogado durante los días restantes?
Mi padre no me dijo nada semejante, pero yo tenía asumido, desde muy joven, que de la literatura no podía vivir.
Lo que sí me dijo mi padre, siempre insistió en ello, era que estudiara o encontrara un trabajo para subsistir. Y así, a los dieciséis años, comencé mi derrotero laboral; un poco forzado por la enfermedad de él, que lo tuvo un año postrado. Pero leía mucho y escribía poco.
Fue a partir de los veinte años, que tomé conciencia: sería poeta y escritor. Trabajando, se me hizo difícil para poder publicar lo mío. Además, había perdido contacto con los grupos literarios que frecuentaba, no tenía tiempo. Sí, cada tanto, para escribir, pero hay que corregir, seleccionar y rever lo escrito; mis ocupaciones laborales eran bastante exigentes y el cansancio me vencía. Pude publicar en algunas revistas literarias y en alguna que otra antología. Nunca tomé la literatura como "hobby", tenía plena conciencia de la importancia de la palabra; siempre pensé que palabra y ética deben estar unidas, sino termina uno siendo un mercachifle, para eso conviene poner un kiosco.
Cierta vez llevé mis cuentos, a una editorial mediana y el editor me dijo: "lo tuyo es muy bueno, pero la temática no encaja en el "compromiso" literario" (de la época), corrían los años 70. No sé este buen hombre, que entendía por compromiso. Ya, ni el compromiso matrimonial se usaba.
Todas estas consideraciones, vienen al caso leyendo una entrevista que le hicieron a Jorge Edwards. Hablando de Edwards, tengo a su novela "El inútil de la familia", junto a otros libros, en la lista de espera para su lectura.
J. C. Conde Sauné

martes, 9 de septiembre de 2008

EN EL BONDI ( 8 ) Memorias de un pasajero


El ciego subió al 98 en la Avda. Belgrano, avanzó a los tumbos en el colectivo repleto, pero nadie se levantó para darle el asiento. Algunos hacían como que dormitaban y otros se tapaban con el diario.Una mujer, que venía parada, ofuscada le tocó el hombro al hombre que estaba sentado de lado del pasillo: "¿señor porqué no le da el asiento?". El hombre, también enojado, le dijo: "uno trabaja como un burro todo el día y un ciego que no hace nada sale a pasear y uno tiene que darle el asiento. Pero se lo doy, no me importa que esté cansado como un burro. ¿Sabe como trabajo yo?". El ciego le rechaza el asiento con un "no se moleste señor, puedo ir parado, soy ciego pero no inválido". Pero el hombre se lo sigue ofreciendo y el ciego se sienta. En tanto, el otro sigue con su rezongo como dos cuadras más: "¿porqué los ciegos no se quedan en la casa?. Yo si fuera ciego y no trabajara, no saldría a pavear por ahí". Aquél amaga a levantarse del asiento y el hombre lo contiene: "no, quédese porque yo soy un ser humano y el día de mañana, me podría pasar lo mismo que a Ud., pero seguro que no andaría en los colectivos para sacarle el asiento a nadie". Nueva tentativa del ciego de incorporarse y otra vez el otro que lo contiene. Así siguieron, algunas cuadras más, hasta que al llegar a una parada se desocupó el asiento detrás del ciego, justo delante de la señora, que le reclamó para que cediera el asiento al ciego en cuestión. La mujer lo miró con desdén al rezongón y le dijo en voz alta: "¡sientese 'mastuerzo' y descanse un poco!". Me reí al oír esa palabra, mi madre la usaba para referirse despectivamente a alguien, es un "mastuerzo" decía. Reinó silencio y asombro en el colectivo...
Más adelante, unas chicas bulliciosas, subieron en la parada que está en la UADE y todo volvió a la normalidad, se diría.
J. C. Conde Sauné

miércoles, 3 de septiembre de 2008


Algunas casas de alquiler de películas, cumplen la función que antes hacían los cines-clubs o salas como el Lorraine, Cine Arte o el SHA. De esa manera, se puede acceder a películas que no tuvieron buena difusión en el circuito comercial o que no se pudo ver por una u otra causa.
Nos sucede con "Kolya", del año 1996, que acabamos de alquilar y ver. Este film checo de Jan Severák cuenta una historia simple, pero de una afectividad poco frecuente en el cine actual.
Un músico, que por apremios económicos, acepta un casamiento por dinero con una rusa, que desea afincarse en Checoeslovaquia. La chica, luego, se va a Alemania con su amante y le deja un hijo, que ella ya tenía, a su cuidado y sin previo aviso. De ahí en más, se verá a este cellista, mujeriego empedernido, sobre todo con mujeres casadas, hacerse cargo, primero a regañadientes, de Kolya (Andrej Chalimon); y sí, los chicos siempre se roban las películas. A partir de ese momento, este cellista de vida bohemia, se transforma en un buen padre sustituto. En el medio de la trama, una Checoeslovaquia que busca sacarse de encima a Rusia (ex-URSS).
La madre vuelve por el niño y el músico que retoma su puesto en la orquesta sinfónica; había sido despedido y sobrevivió arreglando tumbas en el cementerio y tocando el cello en los funerales.
Buenas actuaciones, impecable guión y dirección; además Dvorák en "concertos" de cello, que más se puede pedir.
J. C. Conde Sauné