martes, 31 de marzo de 2009

Cuando escribo, siempre hay algo dormido que viene hilvanado con los recuerdos y que, a veces, permanecía como perdido en la conciencia; pero que, súbitamente, rescato.
Tenía razón, Felisberto Hernández cuando afirmaba: "Yo he deseado no mover más los recuerdos y he preferido que ellos durmieran, pero ellos han soñado".
J. C. Conde Sauné

miércoles, 25 de marzo de 2009

LA CALLE DEL AHORCADO ( relato ) *


Me gustaba esa calle. No crean porque en la tercera cuadra, al salir de mi casa, vivía Giselle o en la siguiente Bubi. ¿Cómo eran Giselle y Bubi? Completamente distintas. La primera tenía el pelo rubio, casi blancuzco de tan rubio y ojos azules tan claros como el cielo de mediodía, cuando hay mucho sol; y Bubi de cara morena y pelo renegrido, era muy reservada y raramente salía a jugar con los chicos del barrio, pues la madre no la dejaba. Permanecía detrás del alto portón de madera o subía y se sentaba en uno de los pilares que encuadraba el mismo. Eso le daba un encanto especial, como algo inalcanzable y fugaz, que sólo nos era permitido ver de vez en cuando. Giselle, en cambio, salía y jugaba con todo el mundo. Por lo tanto, yo subía en la bicicleta y sorteando la primera cuadra, que era de tierra, extrañamente sin asfaltar, embalaba a todo pique por esa calle solitaria y, si en el camino no encontraba a nadie, desembocaba en la otra barrera, al pie de una barranca que venía de la quinta Pueyrredón. Todo fue siempre así, hasta que una mañana alguien que iba por esa calle caminando, pasando la cuadra en donde vivía Bubi, que tampoco estaba pavimentada, y tenía un caminito bordeado de malezas, al mirar hacia arriba vio en uno de los pinos un hombre colgado que se balanceaba en la rama más baja. La noticia conmovió a todo el barrio. Aunque me habían prohibido ir a mirar, subí en la bicicleta llevando en un brazo a mi gato Ojalate y nos dirigimos hacia allá. Ya estaba el coche de la policía y Giselle y José me habían ganado de mano. Pero no pudimos acercarnos porque un vigilante nos hacía señas para que nos alejáramos. Yo alcancé a divisar a un hombre de traje oscuro y unos zapatos negros relucientes, que colgaba en el pino, más grande, de la fila que había contra un cerco que terminaba al pie de aquella barranca. La cara no se veía porque la ocultaba una de las ramas. Pensé en la navidad y los regalos que se cuelgan en los pinos y este hombre era un raro regalo que, aparentemente, no pertenecía a nadie y con ésta y otras tantas conjeturas nos fuimos del lugar. Después, días más tarde, oí decir a mi padre que lo habían matado y luego lo habían colgado y que era un crimen político. Yo no entendía nada de éso, es decir, no me explicaba como se podía matar dos veces a una misma persona y en que consistía un crimen político. Aunque ya había oído hablar, antes, de unos cadáveres que aparecieron en un basural de la zona norte. El episodio del ahorcado modificó nuestros esquemas de juegos; ya no me animaba a pasar con la bici por esa calle y su pino siniestro para llegar a la otra barrera. Es decir, un raid de barrera a barrera: la que estaba cerca de casa y la próxima saliendo de la estación Las Barrancas hacia San Isidro, que estaba pasando la cuadra del ahorcado. Le propuse un día a Giselle ir juntos en bicicleta, cuando anocheciera, por esa calle y pasar al otro lado. Ella me dijo que si lo hacía solo, aunque fuera de día, me daba un beso. Eso me dio ánimos y sin pensarlo me largué para esos lados a toda marcha; pero cuando llegué a la calle de tierra, pasando la casa de Bubi, clavé los frenos, el miedo pudo más que yo y resignado pegué la vuelta, mirando de reojo, avergonzado, a Giselle que se mataba de risa.
Muchas veces soñaba por la noche que atravesaba esa calle, en la cual me esperaba del otro lado Giselle, para premiarme por mi valentía, pero justo cuando pasaba por debajo del pino, sentía que una rama crujía y el ahorcado se me venía encima con los ojos salidos hacia afuera y la boca en una mueca grotesca. Posiblemente, esos detalles del ahorcado, los había leído en "Crítica", en el momento del suceso, pero lo evidente era que en sueños se me aparecía a menudo y al despertarme sentía el cuerpo transpirado y tenía miedo de abrir los ojos y encontrar en la oscuridad esos otros ojos salidos de las órbitas. Por ésa y otras razones, la calle que nombro fue mi obsesión durante un tiempo. Hasta que un día de invierno, al anochecer, decidí emprender la travesía por la misma. Era una manera, inconsciente, creo, de curarme de una vez por todas del miedo que me producía. Porque a mí me fascinaba, era un gusto atravesarla en otros tiempos con la bici para ir a la escuela, me evitaba cruzar las vías e ir por el bajo o tomar por arriba, sorteándola y subir una barranca enorme. Yendo por allí, salía directamente a San Isidro y a la barrera de Primera Junta, que tenía una menos empinada, por consiguiente más fácil de subir. Entonces no era posible que por culpa del ahorcado, me viera impedido de usar ese pasaje, mío por derecho adquirido. Por la tarde, antes de la aventura, estuve preparando la bicicleta, saqué, del baúl de las herramientas, una latita de aceite y le puse a los ejes de las ruedas y manubrio y también a la cadena y pedales. Era cuestión de, que en caso necesario, andar a la mayor velocidad posible. El asunto era conseguir acompañante. José se excusó alegando que no tenía bicicleta. Cuando le propuse conseguir la de Giselle, me dijo que él en bicicleta de mujeres no andaba. El muy gallina tenía miedo, eso era todo. A Giselle no la pude convencer por nada del mundo y Bubi, que casi no salía a la calle, menos que menos, pero prometió alentarme subida en el pilar del portón, desde donde divisaba la calle y el pino citado. Decidí ir solo, otra no me quedaba. Aunque el principio pensé en llevar a Ojalate, pero un gato en ese trance era más molestia que compañía, además a los gatos no les gusta ir en bicicleta, tienen miedo de caerse y te clavan las uñas por todos lados. Me dirigí lentamente hacia el lugar sombrío. Cuando pasé por la casa de Giselle, a pesar que sabía de mi proyecto, no estaba y Bubi tampoco. Enfilé hacia esa última cuadra pedaleando con todo y entré en la calle de tierra, sobresaltado, por el crujido de algunas ramas que pisaba con las ruedas. No tuve tiempo de pensar en nada, pedaleaba, sintiendo el corazón y el ruido seco de la cadena al unísono y ya casi encima de mi cabeza la sombra del pino gigantesco y una rama que me chicoteó la cara como un latigazo. ¿Me había lastimado? No lo supe en ese momento, pero sentía que me ardía la mejilla mientras redoblaba mis esfuerzos y pedaleaba sintiendo que en cualquier momento el ahorcado pararía en seco mi bicicleta y apretaría con su mano mi cuello. Al pesar del frío intenso transpiraba y creo que no me dí cuenta si había respirado hasta llegar a la barrera siguiente sano y salvo y en que momento tuve noción de que el peligro había pasado.
Atrás quedaban la calle, el pino silencioso, las sombras, el ahorcado o su fantasma, la casa de Bubi y de Giselle, mi casa, más lejos, en esa misma dirección: todas regiones distantes algún día en mi memoria.

J. C. Conde Sauné * Integra parte del tomo inédito "Dos veces el mismo río"

sábado, 14 de marzo de 2009


Encontré una frase de León Tolstoi, en sus "Diarios", que me pareció interesante transcribir: "El poeta no puede dedicarse a lo que se dedica el científico, porque es incapaz de ver solamente una cosa y dejar de ver el conjunto".
J. C. Conde Sauné

miércoles, 4 de marzo de 2009


En mi viajes a La Plata, por un asunto personal, llevaba un libro que tenía olvidado en la biblioteca, sin leer. Lo había comprado, en una mesa de saldos, hacía bastante tiempo. Por una causa u otra, se dejan relegados algunos libros. Ahora le tocó el turno de lectura a: "Qué es lo cómico" de Juan Carlos Foix, editado por la Editorial Columba; en su buena colección "Esquemas", figuraban entre algunos de sus autores: Francisco Romero, J. L. Borges, Kurt Pahlen, Florencio Escardó y Bernardo A. Houssay.
En el libro de referencia, breve pero interesante, tomé nota de esta frase: "En esa inocencia se denuncia al auténtico cómico, y también el que no es. Se presenta a veces cierta comicidad impura. En ello debe buscarse la causa. Muchas cosas pueden fingirse. Lo cómico no".
Hoy en día, cualquier vulgaridad o grosería pretende ser jocosa. Ciertos programas de televisión y algunos libros que se editan, dan muestra de ello. En este libro, aparte de "Don Quijote", se menciona a Kafka, a quien siempre se lo tiene encasillado en la angustia y la desesperanza. Me vino a la memoria, aquella situación en la que José K. quiso ver el libro de leyes por el cual se lo juzgaba y sólo vio en él dibujos obscenos. O cuando en la novela "América", en el capítulo "El teatro al aire libre de Oklahoma" Karl, el personaje, se va a anotar y se sorprende de que toman a cuanta gente se presenta y cuando le preguntan el nombre, dice que se llama Negro, le hacen la pregunta de nuevo y responde lo mismo, ante el desconcierto del jefe contratante. Y "Negro", según el traductor, figura en el original escrito en español, se sabe que Kafka escribía en alemán.
La buena comicidad, a veces, tiene vías no tan directas y efectistas. No sólo Cervantes y Kafka lo pueden atestiguar. Ese camino también lo transitaron: Ambrose Bierce, César Bruto, Macedonio Fernández, Alfred Jarry, Quevedo, James Thurber y otros, para nuestro deleite.
15-04-2003   *   J. C. Conde Sauné