viernes, 24 de julio de 2009

EN EL BONDI ( 12 ) Memorias de un pasajero

A veces, el colectivo puede llegar a ser el diván del sicoanalista. Recuerdo que tomaba, frecuentemente, el 61 al salir del trabajo y que, en ocasiones, una señora que era secretaria, en la empresa que trabajaba, solía compartir el viaje conmigo. Los temas de la conversación, eran casi siempre los mismos: peripecias del trabajo, apuro en volver a la casa, preparar algo rápido para la cena y ese maldito aumento de sueldo, que no se sabe cuando lo van a dar. Esta señora debería rondar los 40 años, pero seguía siendo una linda mujer con rasgos orientales. Se llamaba, no precisamente Rosa, pero le doy ese nombre para no decir el verdadero, no me gusta delatar a nadie. Una vez, un compañero de trabajo me preguntó si tenía algún enredo con esa señora, pues siempre nos veía tomar el colectivo juntos. Le dije que no y que ella era una mujer muy recatada. "No creo que sea muy recatada, me contestó él, el otro día la vi salir de un telo que está por San Telmo, me vio y se hizo la sonsa, no creo que vaya a un albergue con el marido". No le contesté, pensaba que eran habladurías de esos charlatanes que abundan en las oficinas. Los viajes en el bus, cuando lo compartíamos, eran siempre igual a los descritos. Salvo ese día que la noté muy apagada a Rosa, casi con los ojos llorosos. Le pregunté si le pasaba algo o se sentía mal. Ella seguía callada, sin decir nada. Cuando el colectivo, que venía por Paseo Colón, dobló hacia Constitución, me dijo como al pasar: "Cómo puede ser que alguien te deje así, de un día para otro. No me quiere ver más y todo así, de un día para otro". Yo escuchaba, no quería preguntar nada, pero sabía que no era el marido el que la había dejado. Rosa siguió con su lamento: "Sin una explicación, ya no le intereso, fui su juguete sólo por un tiempo". Sacó el pañuelo y enjugó una lágrima. Confesor de turno, al fin, no sabía que hacer, si al bajar en Constitución invitarla a tomar algo, consolar sus penas y llevarla luego a un hotel o decirle tiernamente como despedida: "Y, la vida es a veces así". Que fue lo que finalmente hice; mientras ella iba, apurada, a tomar su tren a Temperley y preparar rápido la cena, como siempre me contara, para su adorado esposo.
Soy un tierno poeta, me dije tomando mi tren hacia Quilmes, que no saca provecho con las desgracias ajenas. Un nacido fuera de época, aunque algunos opinen lo contrario.
J. C. Conde Sauné

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