viernes, 4 de diciembre de 2009


La infancia y la adolescencia, marcan un jalón importante en nuestra vida; quizás el que prevalece, con variadas circunstancias, el resto de lo que vamos a vivir. Tal vez, eso se propuso Frank McCourt al escribir "Las cenizas de Ángela", una novela que leí con sumo interés. El protagonista, niño y después adolescente, sabe que tiene que dar un giro importante en su vida; para no terminar borracho en una taberna, como su padre, malgastando el dinero destinado para sostener a su familia. El país donde transcurre la narración es Irlanda, en los años de la Segunda Guerra Mundial. Se describe allí: pobreza, ignorancia y una resignación, casi suicida, para no torcer el destino. Se podrá criticar, en la novela, cierto optimismo para cambiar el destino del personaje, autobiográfico; pero el autor nos convence que estaba preparado, por su inteligencia, a realizarlo. Además cuenta con un entorno familiar, sobre todo sus tíos, que lo instan a que busque otros rumbos y no se conforme con un mal empleo o a vivir de la ayuda asistencial. La influencia de Frank, abandonado por su padre, que ha ido a trabajar a Inglaterra, hace que su madre Ángela y dos hermanos consigan un trabajo, antes de que él parta para Estados Unidos.
En cada capítulo, de los 19, hay algo para destacar. En el IV, casi al comienzo, leemos: "El maestro dice que morir por la fe es una cosa gloriosa y papá dice que morir por Irlanda es una cosa gloriosa y me pregunto si en el mundo habrá alguien que quiera que vivamos. Mis hermanos están muertos y mi hermana está muerta y me pregunto si murieron por Irlanda o por la fe. Papá dice que eran demasiados jóvenes para morir por algo. Mamá dice que fue la enfermedad y el hambre y porque él nunca tiene trabajo".
Al principio no me convenció, en esta novela, cierta desprolijidad en el estilo; pero a medida que avanzaba ni pensé en ello. Además, es casi el niño el que la escribe. Reacio, últimamente, a la lectura de novelas, no lamento haberlo hecho con "Las cenizas de Ángela", una de las destinadas a perdurar.
J. C. Conde Sauné

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