martes, 11 de noviembre de 2008

RENATA : PLAN PARA VERSIÓN 2 *

A veces cualquier pretexto es bueno, por lo común si se ha leído sobre los distintos ritos que tienen los escritores, para vencer la obstinada resistencia del papel en blanco. García Márquez dijo que podía, únicamente, escribir con máquina eléctrica. Y si por ejemplo, observo la Underwood enfundada en su estuche de plástico, pienso: la inevitable desazón que me causa sacarla de su modorra y empezar a tipiar algunas líneas. Las oficinas y sus empleos y las prácticas diarias empujan a uno hacia el uso del lápiz 0,5 o de la lapicera a bolilla. Esta noche, no sé porqué, deseché todas las lapiceras disponibles al alcance de la mano y busqué la Parker 51, con su cursi capuchón dorado, la cargué de tinta y la deslicé sobre el papel. Acaso imaginaba, que era como preparar una pipa, encenderla y dedicarse de lleno al deleite de fumar. Hasta ahí, iba todo muy bien; pero es muy difícil atrapar los personajes y encerrarlos en el redil de un rectángulo de papel. Por eso fue necesario leer algunas cartas viejas, postales y , posiblemente, recordar alguna anécdota. Aunque hay que tener cuidado con Borges, porque en cualquier momento puede acusarlo a uno de ser un periodista que cuenta historias amenas, como aseveró al referirse a Maupassant (injustamente, creo).
Colocarse al lado de una ventana, ante una mesa de café y ver desfilar a la gente sería una buena idea, si se fuera Edgar Poe y el fruto resultante "El hombre de las multitudes". No hay peor suerte que imaginar un cuento ya escrito; siento que "Renata" pudo haber sido escrito de otra manera, desde el centro mismo de la adolescencia y dejar más en evidencia la conducta de los padres. Pero a veces los elementos con que se cuenta son muy inconsistentes y yo lo sabía.
Poco importaba, que fuera a máquina, a lápiz, lapicera o con un pedazo de carbón en la pared. Tenían que nacer las ganas desde adentro y los personajes tendrían que salir, casi, como por un tubo, andar por si solos, sin el hilo caprichoso de la tinta o una cinta mecanografiada y así amarían, sufrirían injusticias, rechazos de una sociedad despiadada y mezquina, podrían gozar algunos momentos de felicidad y siguiendo las calles largas del papel andarían a su antojo, podrían comenzar su relato por el desenlace o por el nudo y terminarlo por la exposición, porque con ellos ningún narrador se sentiría seguro, cualquiera se transformaría en determinado momento en su traje de fantasma y podrían discutirle al mismísimo Arlt su estilo caótico y a Cortázar su axiomática transformación de lo real y a Borges su, a veces, pesada erudición. Ellos por lo general deciden su suerte.
En este momento llaman a mi puerta y voy a atender. Se presenta ante mí una chica, de unos dieciséis años, que dice llamarse Renata y me asegura que todo está listo para comenzar de nuevo, que detestó, en mi narración anterior, la ominosa tercera persona y que sólo podría mitigar sus tristezas si le cuento algo de padres cariñosos que quieren a sus hijos y que aún no han sido envilecidos en la vida por el afán de poseer objetos. Prometo destapar la Underwood y recrear algunos de los paraísos perdidos, esos que fueron tejidos en nuestra infancia como una telaraña de hilados finos y sensibles, los que permanecen suspendidos en el tiempo como gotas de rocío y son tan frágiles que cualquier brisa puede quebrarlos. Renata se recuesta sobre la mesa en que escribo y yo renuevo todos sus sueños y fantasías sintiendo, que la calidez de su mirada le dan alas a  mis manos.

J. C. Conde Sauné           *Integra el tomo "Mis cuentos diversos" 
           




No hay comentarios:

Publicar un comentario