miércoles, 25 de febrero de 2009

EN EL BONDI ( 11 ) Memorias de un pasajero


El 17 se fue llenando, al salir de la zona de Recoleta y quedaba sólo un asiento desocupado. Subió una señora, cuarentona, con un adolescente. La mujer, al sacar el boleto, se le cayó una moneda y el muchacho no hizo, ni siquiera, un ademán de recogerla, sino que corrió a sentarse. La mujer, tambaleando, trató de tomarla pero no podía; un señor solícito se la alcanzó. Ella sacó el boleto y fue hasta donde estaba sentado el púber. Se podría pensar que le daría el asiento a la madre, pero no. Ésta le preguntó: ¿estás cansado mamita? El grandulón, despatarrado en el asiento, asintió moviendo la cabeza en signo afirmativo, mientras masticaba un chicle y se rascaba, con poco disimulo, el escroto. Cuadras más adelante bajaron, no sin antes la madre tocarle dos veces el hombro para sacarlo de la modorra.
Ya el 17, pasando Avellaneda subió otra mujer con la hija adolescente y la escena se volvió, casi a repetir, en el único asiento desocupado que había, se sentó la chica. Cuando bajaron en Wilde, la madre se agachó, en la vereda, para atarle los cordones de las zapatillas, mientras la chica sonreía al sol de la tarde. Cronista, recolector de anécdotas al fin, recordé que una vez venía en un colectivo y le dí el asiento a una señora embarazada y esta dejó sentar a su hijo como de 14 ó 15 años. La sangre franco-hispana, bastante calentona, se me subió a la cabeza y le dije a la señora: te dí el asiento a vos, si lo dejás sentar a tu pibe que ya les llegan al suelo, me quedo sentado yo. La mujer, un poco sonrojada, instó al chico: dejame sentar mamita.
¡Qué festín se harían Freud, Lacan, Piaget o Gesell, si viajaran en bondi hoy en día!
J. C. Conde Sauné

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