lunes, 28 de mayo de 2012

EL GORDO CHUMI ( relato ) *


El gordo había estado tomando vino, toda la tarde, en lo de Fachino. Yo lo estuve campeando, porque no me quería perder la propina que me daba Zulema, su mujer, cuando lo ayudaba a llegar a su casa; además, Zulema me resultaba simpática.
Al salir de la casa de aquél, como la calle era de tierra y había llovido, más el vino que llevaba encima, resbaló y se fue cuan largo (o ancho) era a la zanja que bordeaba el camino. Mi primer impulso fue dejarlo y que se ahogara en ese pozo cenagoso. No podía olvidar aquella vez que saltó la pared de la casa de fin de semana de don Nuñez y le robó todas las mandarinas,y nosotros ( o sea el Nené, Dumbo y yo) cargamos con la culpa, pues siempre saltábamos para buscar la pelota que caía adentro, cuando jugábamos en la calle y si bien nos comíamos una que otra mandarina, nunca saqueamos el árbol de manera tan evidente, pero cargamos con el fardo y nos aguantamos las reprimendas de nuestros respectivos viejos. Y fue también este gordo atorrante que un día le robó todas las uvas moscatel , al mismo don Nuñez, que tenía en el corredor del fondo más una reposera que guardaba en el galpón. Aunque fuera por alguna de esas cosas, merecía morir ahogado en la zanja, pero con mucho esfuerzo y la ayuda de otro tipo lo sacamos hacia la vereda, es decir, hacia un pedacito alisado de cemento y el gordo todo embarrado se miraba la camisa y el pantalón cagándose de risa a más no poder y yo con una rabia bárbara de sólo pensar que por ejemplo esa chica que pasaba y nos miraba pudiera pensar que yo también estuviera borracho. Pero lo llevé a la casa, no por él, el muy guacho, sino por su mujer que siempre lo esperaba después de cada borrachera como una verdadera santa y lo curaba si se peleaba con alguno y le rompía la cara o se caía y se lastimaba, y lo desnudaba como a un chico y lo acostaba en la cama. Le daba más trabajo ese condenado que los tres chicos que tenía: dos nenas de seis y dos años y un varón de cuatro. "Gracias, me dijo, seguro que lo traés de lo de Fachino o lo encontraste en algún bar del bajo y pasá y tomate un refresco, si querés una granadina con soda o un jugo de pomelo". Y abría la heladera y ni una botella de vino en la misma , ella no compraba bebidas alcohólicas, pero el gordo buscaba surtirse por otro lado y cuando llegaba estaba tan saturado que no necesitaba más que una cama y una samaritana que lo atendiera y lo cuidara. "No es malo, decía Zulema, pero cuando toma se transforma". Y yo me preguntaba cuándo no tomaba ese gordo esponja. Sólo cuando se embarcaba en el buque que trabajaba y no aparecía por cuatro o seis meses o lo que durara el viaje, no lo veíamos mamado, aunque lo haría por donde anduviese. "Sentate y comé algo, agregaba cariñosa Zulema" y yo con más ganas de irme que de quedarme, no era un cuadro muy edificante ver como trataba de acostar al gordo, en calzoncillos con las bolas colgándole por el costado, en la cama. "Y ya te preparo un café querido" y el gordo que balbuceaba: "ésta sí que es una mujer no como las otras que te chupan...", pero ella ya le estaba tapando la boca y los chicos jugando, como si nada, con el rompecabezas que le había traído ese gordo piojoso, porque un poco de bronca le tenía; aunque realizó actos heroicos como aquella vez que el Diego, su hermano menor, trajo para esconder en la casa unos motores que había robado en el puerto en complicidad con otros tipos del sindicato, en el que ya había empezado a pisar fuerte. Y el gordo le dijo que se llevara los motores y Diego no quería, entonces cuando se fue el hermano, el gordo se llevó los motores, uno por uno, y los tiró en el río. El hermano se enojó y no apareció más con la Blanca una putita fina que tenía y le decía "mi señora" y que a Zulema le daba asco por lo relajada que era. Pero era lindo, de todas maneras, sentarse un poco en el patio y tomar esa granadina con soda porque hacía mucho calor y mirar a Zulema y pensar como podía aguantar a ese gordo y acostarse con él; pero eso no importaba, porque en el fondo era un atorrante como nosotros aunque más atorrante, porque a quien se le ocurre regalarle un pollo, que se le había muerto en el gallinero, al comisario y éste, que se dio cuenta del pollo en mal estado, lo mandó a buscar para meterlo en cana, si no fuera porque mi viejo, que jugaba al truco de vez en cuando con él, le habló y entonces aquél dijo: "bueno por esta vez pasa, pero cuando lo vea mamado lo voy a arrestar". Y le avisaron al gordo, pero éste se rió y una vez que estaba pasado, no se le ocurrió mejor cosa que mearle el auto al mismísimo comisario y éste que justo salía y  lo vio, lo metió adentro de la comisaría a empujones y creemos, también, que alguna que otra piña y se tragó cuarenta y ocho de sombra por ebriedad y desacato y dijo el comisario que no quiso agregar exhibición obscena, porque sino la cana era mayor y pensaba que la mujer y los chicos no tenían la culpa, aunque Zulema cuando le llevó la comida al marido, le entregó una docena de huevos fresquitos y le dijo medio humildemente , al comisario, que era para borrar la mala impresión del pollo muerto y aquél que le decía: "yo no sé, una santa como vos con ese tipo".
Pero el gordo no era tan malo , no señor, aquella vez que dejó el laburo de cambista en Colegiales y se emborrachó tres días seguidos, fue porque vio como a un compañero le quedó la mano agarrada entre dos paragolpes y parecía una feta de mortadela diría el gordo "un verdadero sanguche". Entonces se dedicó a vender primero tomates y luego sandías en un carro o cirujeaba cosas como un botellero y este del barco era uno de los mejores trabajos que había tenido, se lo había conseguido Diego antes de pelearse con él; pero después de aquella tranca de cuando se cayó en la zanja, ya no se pudo levantar más. Se quedó mirando el techo, comentaba Zulema, ahora llorando. Y pensaba que sólo le quedaban tres de los cuatro chicos que tenía para cuidar y que quizás preguntarían porqué ese chico grande y gordo no gritaba más y tenía el labio como torcido y Zulema no sabría que decirles porque nunca supo decir nada a nadie , ella tan chiquita, tan frágil, tan devota. Y posiblemente después, cuando organizaran el velorio volveríamos a verla de vuelta con algún vestido negro cerca del gordo, ya en la tranca definitiva y una buena granadina con hielo no nos vendría mal al Nené, a Dumbo y a mí.  El calor sería muy sofocante en aquella pieza tan chica, tan blanca, con su techo de fibrocemento, el que Chumi miró por última vez.

J. C. Conde Sauné          *   Integra el tomo "Dos veces el mismo río" (Este cuento, antes se publicó en la revista literaria "El molino de pimienta" - Nº 7 año 1985) 

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