sábado, 18 de julio de 2015

Escucho con frecuencia, aunque ahora no tanto, hablar mal de la homeopatía. En julio de 1975 inicié un tratamiento homeopático para el asma, que me tenía casi veinte años a mal traer. Precisamente el "Poema N° 58 - Disnea - Cuaderno I", lo hice como una suerte de hito al comienzo del mismo. Antes había leído varios libros sobre alergias y problemas bronquiales; se puede decir que realicé un curso autodidacta, en esa especialidad, de medicina. Completado con los prospectos, que venían con los remedios alopáticos recetados para tal fin; con sus respectivas contraindicaciones y efectos secundarios. Después gracias a un libro del Dr. JORGE A. VARANDO, "Que es la Homeopatía y que puede hacer", me decidí a encarar mi enfermedad por ese lado. Cuando ubiqué la dirección de su consultorio, que estaba en la calle Lavalle en Capital, fui hacia allá. Me recibió su secretaria y no me dio muchas esperanzas, para que pudiera atenderme el doctor. Era un hombre de edad avanzada y estaba a punto de retirarse; atendía sólo a los pacientes que ya estaban en tratamiento. Le rogué que me diera una entrevista con él, para convencerlo. Cuando la obtuve, le expliqué todos mis problemas; sufría, aparte de la fatiga asmática, trastornos digestivos ocasionados por los remedios. Luego de escucharme, conseguí que me atendiera.
La primera visita fue toda, un extenso interrogatorio a la usanza de los médicos de antes; más un examen general y un análisis de sangre. Me preguntó que remedios tomaba, le mostré un montón de recetas con broncodilatadores, antihistamínicos y antiácidos. Me dio una planilla con los alimentos que debía comer y los que debía evitar, en lo posible. Me dijo que, por el momento, usara el aerosol para la fatiga, cuando fuera necesario y me recetó dos remedios homeopáticos para tomar 16 días uno y después el otro con treinta días de descanso; también que le llevara los análisis cuanto antes. Cuando salí del consultorio, pensé que me había atendido por compromiso y la verdad, hice la dieta que me dio, pero los remedios los tomé no muy convencido. A los veinte días noté, por una observación de mi esposa, que usaba menos el aerosol; lo llevaba siempre encima, pero lo usaba menos. Cuando volví a una nueva consulta, estaba mucho mejor; aparte me había dicho antes, que los análisis estaban bien. Volví dos veces más para verlo, tomé en total dos remedios por vez, repitiendo sólo dos. Al cabo de un año y cuatro meses estaba curado; no lo podía creer.
La medicina, salvo honrosas excepciones, como se practica ahora ha dejado de ser un arte. Se atiborran a los pacientes con pilas de remedios, análisis, placas y no se los conocen. Ignorando que el enfermo, está antes que la enfermedad. Este artículo, cuando ya la homeopatía dejó de ser un placebo, es una suerte de recuerdo y gratitud para el Dr. Jorge A. Varando (Médico e Ingeniero Civil).
J. C. Conde Sauné        

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