lunes, 7 de septiembre de 2015

Para el que escribe, sus ficciones se nutren de casualidades y hechos puntuales; la imaginación no lo es todo. Recuerdo que una compañera de trabajo, se enteró que yo escribía; no porque yo se lo haya dicho, soy muy inoperante para promocionarme. Y me pidió, que le diera algo mío para leerlo. Le dije que tenía, casi todo lo escrito, con lapicera y papel; en ese entonces no tenía ni máquina de escribir. Ella me prestó una "Lettera" portátil y me dijo, cuidala porque es de mi marido; prometí tener un doble cuidado. Al cabo de un tiempo, le devolví la máquina y le di unos siete u ocho cuentos para leerlos. Cuando lo hizo, me aseguró que algunos les habían gustado más que otros; pero agregó: "yo no soy una experta, pero se los pasé a mi abuelo que fue crítico literario en una revista y el único comentario que me hizo, fue que siguieras escribiendo, vas por un buen camino". Además a ella, le extrañó que no tuviera ningún cuento con personajes de una oficina. Se quedó un rato pensando y agregó: "no sé porqué te di esa maldita idea, prometeme que nunca me vas a meter en un cuento". Cumplí mi promesa, aunque sólo digo que su nombre comenzaba con T.
Revisando una noche mis papeles, encontré un cuento en que los personajes tenían una relación, se podría decir de oficina. También recordé cuando se gestó, fue una tarde al salir del trabajo y cuando iba a tomar el subte para volver a mi casa. Vi a un montón de gente, amontonada en un lugar del andén; allí algo había ocurrido. Le pregunté a una señora y ella me dijo horrorizada, que una chica se había tirado a las vías cuando el subte entraba a la estación y que estaba, lo señaló, con aquel hombre joven que se agarraba la cabeza. Subí hacia la calle conmovido, no sabía ni quien era esa mujer; pero una decisión así estremece y tomé un colectivo.
Esa noche, antes de acostarme, escribí el borrador de un cuento que titulé "Desenlace"; del cual sólo sabía el final. Los dos protagonistas los imaginé como oficinistas, a esa hora suelen salir de sus empleos. Tiempo después terminé aquel cuento y escribí diez más en ambientes de oficinas. Nunca pensé en ponerles como título "Cuentos de la oficina"; Roberto Mariani ya me había ganado de mano.
J. C. Conde Sauné     

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