jueves, 6 de octubre de 2016

IDEAS PARA ESCRIBIR UN CUENTO

"Hay una idea que permanece solapada, quizás previamente oculta. Es como un enorme musgo que se va extendiendo y abre sus extrañas vetas... Hay que alimentar esa idea y dejar que se extienda y avance sigilosamente, hasta convertirse en algo sólido". El escritor pensaba y hacía planes. Al principio eran muy vagos y no muy persistentes. Fluían, permanecían, aunque luego se alejaban. Con el idioma no había problemas. Estaban muy lejos los días, en los que escribir una palabra era un sufrimiento. Las increíbles composiciones escolares, largando las palabras como venían, sin ton ni son; eran como irse al garete en cualquier punto y coma y la sintaxis una perra que mordía en cualquier giro idiomático. Ahora, por suerte, todo era muy fácil y hasta soñar y escribir eran un mismo juego. Por ejemplo, si uno quería escribir un cuento, no había más que buscar un personaje, ponerlo en alguna situación. Respetando claro está: la exposición-nudo-desenlace. (¿O ahora está pasado de moda y ya no se usa?) Y lograr un buen cuento. ¿Pero dónde encontrar un personaje? Cuando viajaba en el colectivo, esa mañana, rumbo al trabajo, se fijó en una mujer como de cuarenta años; de facciones vulgares, pero con unos ojos que le daban una insólita vida a ese rostro tan anodino. Imaginar a una mujer así, en un cuento, era casi problemático. Habría que colocar los ojos en un primer plano. Si tuviera el talento de Bergman y escribir fuera como filmar, pensaría que ella era Ingrid Thulin o Liv Ullmann y dejaría la lapicera (por no decir la cámara) como dos o tres minutos en esos ojos, mientras una sonata para piano y fagot de Camille Saint-Saëns jugaría entre las letras-imágenes. Sin embargo no había tiempo para detenerse en esa mujer. Ahora, entretanto miraba por la ventanilla, era un hombre caminando bajo la lluvia, hojeando tranquilamente el diario debajo del paraguas. Ese hombre, aparentemente, no tenía problemas, quizás miraba si había acertado la quiniela o si el loto lo había sacado de perdedor. Alguna vez, al escritor se le había ocurrido jugar al loto o al quini 6; sería la única manera, en caso de ganar una buena suma, de ocuparse únicamente a escribir y tener algo de tiempo para luchar con los editores, que como se sabe no son mecenas de las artes, ni están para hacer beneficencias con gansos que creen en la literatura. Hasta podría prescindir de ellos y crear su propia editorial. Habría que encontrar un nombre adecuado, como "Dimensión", "Aluvión" o algún otro terminando en "ión". ¿Distensión? Sí distensión, relajarse en el asiento del colectivo también era bueno, antes de llegar al trabajo y luchar con los análisis de cuentas que muy poco significaban para él y a los que dominaba más fácil que las palabras. Aunque para ser justos, era lo único que le había dado de comer. Una manera práctica, de cargar de combustión esa máquina que se llama cuerpo y que genera electricidad, a esa otra que se llama cerebro. Era una dependencia abyecta si se quiere, pero que, como algunas malas relaciones, había que conservarla. Sí, además en los lugares de trabajo había más de un personaje. Recordaba, por ejemplo, los extraños ritos y manías que tenían sus compañeros; aunque él tal vez tuviera alguno, pero habría que poner a otro escritor enfrente, para que a su vez los observara. Volviendo a las costumbres: recordaba, por ejemplo, a una chica, en el escritorio de al lado, que me hacía reír, porque a todas las palabras las interpretaba con un doble sentido; por lo general obsceno y yo tenía que aguantar la risa delante de un auditor o gerente. ¿Qué pasó? ¿Y esta transferencia de tercera a primera persona? ¿Es que el escritor se esta transformando en personaje? Sería una de las cretinadas más abominables, ya se sabe que toda anécdota autobiográfica, es una estafa para el lector; que no está para aguantarse onanismos intelectuales de ninguna índole. Sí, una sana y fresca recreación de la realidad, por más enferma y marchita que ésta se encuentre. Y darle a los lectores, esa savia generosa salida de nuestra imaginación.
¡Ah, la libertad creativa y con lo fácil que era escribir un cuento! Vista las circunstancias habrá que retractarse, y decir que esa idea que permanecía "solapada", se quedó ahí "solapa-na-da". Un fiasco de idea, la verdad, para el escritor de marras. ¿O amarrado?
J. C. Conde Sauné
      

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