Cansado, me desplomé en el asiento. Era tarde, casi las nueve de la noche. Día horrible, con cierre de balance mensual y la Contaduría hecha un pandemónium y mi querida jefa contadora, apretando las marcas. Una suerte de "stopper" de la oficina, conteniendo a los auditores y reventando el balón a cualquier parte: "pero a cerrar mis muchachos". Después de recorrer un trecho, sobre la Avda. Belgrano, subió al 98 un hombre obeso y patizambo, saca su boleto y se sienta en el primer asiento. No hay problema de ceder el asiento, a esa hora sube poca gente al colectivo. Se acomoda y, casi sin querer, eructa fuerte. Tampoco hay problema, somos ocho o nueve en el bus y todos del sexo fuerte. Al rato, ventosea en forma ruidosa y se sacude, como para que el olor se desparrame. Ya el conductor se da vuelta, cuando lo para un semáforo y lo mira de reojo con fastidio. El hombre, sin inmutarse, abre la ventana y gargajea hacia afuera y emite una nueva ventosidad, cuando todavía campeaba el olor de la anterior. Yo que venía dos asientos detrás, abro la ventanilla y saco la cabeza, un poco afuera, para contrarrestar el monóxido. El hombre vuelve a escupir, eructar y ventosear repetidamente, ahora ya con un ritmo percusivo, que envidiarían los mismísimos Roy Haynes o Paul Motian. El chofer se da vuelta furioso, en Lima, y le grita: "¡viejo acabala un poco!". El hombre gordo se hace el desentendido y aguanta dos cuadras, pero vuelve a su concierto. Yo al principio, miraba todo con asco y disgusto. Luego empecé a reír calladamente y las lágrimas me chorreaban por las mejillas; hago como que me sueno la nariz y río y río a más no poder. Al llegar el colectivo a Constitución, el gordo se baja, separando el pantalón apretado en el culo, no sin antes pedorrear y escupir otra vez. El chofer se da vuelta y me ve que tengo la cara cubierta, con el pañuelo, aguantando las ganas de reír; con consternación me dice: "justo a mí me tocan estos gordos cagones hijos de su puta madre".
Sigo ríendo sin parar y cuando sube una señora , en Avellaneda, me mira de reojo pensando que estoy chiflado. Así, de a ratos, hasta bajar en Quilmes. Me hayo distendido después del balance. Mañana será otro día, me digo, todavía ríendo camino a casa.
Entro le doy un beso a mi mujer y largo las carcajadas contenidas. Ella me mira asombrada, mientras piensa: "pobre mi marido, esa oficina y los balances lo vuelven loco".
J. C. Conde Sauné
si hablas de bondi sos mas argentino que yo Daniel Gianni
ResponderEliminarde Argentina bs as un saludo
espero veao mi blog titulado
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