viernes, 15 de agosto de 2008

UN CANTOR QUE SE OFRECE

Al principio me parecía imposible que pudiera cantar tangos, aunque tenía mis iconos entre los cantantes de tangos: Floreal Ruiz, Alberto Marino y desde luego, el Morocho.
No obstante, en un asado, a los trece o catorce años me despaché con “Milonga fina”, aunque lo hice como todos los menores precoces, cantando las letras sin comprenderlas. Después me animé más y una noche que Roberto Chanel, que cantaba en Pugliese, vino al balneario, en donde trabajaba mi padre, le pedí que me escuchara cantar. Chanel estaba pescando en el murallón y me miró asombrado, mientras me decía: “¿y que vas a cantar?”. Le mandé ahí nomás “La mina del Ford”, cuando terminé, sin soltar la caña, Chanel hizo un ligero aplauso por cortesía.
Cuando le dije a mi padre que quería comprar una guitarra para estudiar y dedicarme a cantar tangos, se sobresaltó. Ya me había oído cantar a los seis o siete años “Ivette”: “bulín que ya no te veo/catrera que ya no toco/percanta que ya no embroco/porque con otro se fue” y me recriminó por no considerarlas letras adecuadas para un chiquilín. “Estudiá algún oficio como la gente –me dijo mi padre”. Eso me desanimó un poco, pero seguí cantando para los amigos en alguno que otro asado y con algunas copas de más. Luego la emprendí con tangos más difíciles de cantar, por ejemplo, los de Homero y Virgilio Expósito, con explícitas bajadas y subidas tonales.
Realmente creía que hacía grandes progresos como amateur, pero sin llegar al estrellato. Aparte mi voz, ahora lo digo con autocrítica, no era las más apropiada para el tango ya que era algo abolerada como la de Roberto Ray u Horacio Molina, aunque a ellos mucho no les haya importado e impusieron un estilo que creó Charlo.
Y así pasaron los años y seguí cantando, aunque ahora lo hago en forma muy particular, ya no tengo a la muchachada de auditorio. Mi público son los vecinos consorcistas que me escuchan cuando me baño o estoy en la cocina haciendo alguna comida o cuando estoy melancólico, porque la melancolía, aunque alguien no lo crea, es muy buena para el espíritu.
No hay día que imagine con estar en una sala pequeña, íntima y oscura, acompañado sólo por un fueye, una guitarra y un bajo y cantar algo como “Percal” o “Tristeza de la calle Corrientes”, porque me gusta lo difícil, todo artista ignoto lo sabe y la gente que lea esto, sospechará que en cuanto me apuren un poco ya les estaré cantando algo, porque no soy de hacerme rogar.
Ahora me voy a dormir, en serio, porque esto lo escribí en una duermevela, esas que me agarran de vez en cuando. Cuando sueño y es muy a menudo, me veo cantando con Alfredo Gobbi o Pugliese, aunque ellos, claro, ya no están, pero yo los veo en mis sueños; Gobbi y su violín, siempre detrás de la fila de bandoneones entre los que están Eduardo Rovira o Piro y yo haciendo alguna que otra entrada entre “Camandulaje” o “El andariego. Con Pugliese me pasa algo distinto, lo encuentro en la calle, me saluda y me convoca para que haga alguna prueba con él, yo voy y la hago con soltura, lo que me deja muy contento. Es fácil vivir en los sueños, uno se desliza de una actuación a otra y todo sin esfuerzo aparente.
Soy un cantor nato, algo raro y difícil de ubicar, me apena, dada mi edad, no dejar nada grabado para la posteridad que es el verdadero sueño de todo cantor que ofrece su arte al público; aunque mi público por ahora sean los vecinos del edificio en que vivo. Algo es algo, dijo alguien por allí. Aunque la fama es puro cuento.
J. C. Conde Sauné

No hay comentarios:

Publicar un comentario