miércoles, 20 de agosto de 2008


Al salir de Mar del Plata estaba lloviendo y anochecía; en ese sábado vísperas de Pascua, venía con Malen y una amiga. Antes, creo, de llegar a Maipú, nuestra amiga que venía en un asiento sola, me pidió que cambiáramos, para sentarse a charlar con Malen, que venía conmigo en el asiento del fondo. Ya ubicado, me puse a mirar por la ventanilla: todo campo, noche y cielo encapotado, pero sin lluvia. Saqué la radio que tenía en una cartera de mano y poniéndome los auriculares, dejé correr el dial tratando de encontrar algo digno de escuchar y fue ahí, en la oscuridad, que moviendo el dial de un lado al otro, encontré esa rara pero bella sinfonía, en donde prevalecían las cuerdas; con un sonido casi abstracto y politonal, pero de una rara belleza sombría que sobresaltaba y daba entusiasmo a la vez. Todo eso lo escuchaba contemplando, me parece, antes de llegar a Chascomús, con un cielo lleno de penachos de nubes blancas grandes y con un fondo azul tenebroso oscuro y en el horizonte, más negro, con algunos relámpagos. En los intersticios de las nubes blancas, se podían ver escasas estrellas y una luna llena. La sinfonía continuaba apegándose al ambiente; miré, alrededor todos dormían. Sólo Malen, allá en el fondo, charlaba animadamente con Mary, nuestra amiga.
Me concentré en la música y en el cielo, esperando conocer al autor, que por su estilo sabía contemporáneo, La radio era uruguaya y anunció la obra y su autor: "Sinfonía para cuerdas" de Héctor Tosar. Había escuchado su nombre, pero poco sabía de él. Google, otra vez, me desasnó.
Nació en Montevideo en 1923. Estuvo en Nueva York y París. Fue alumno de Aaron Copland, Arthur Honegger y Darius Milhaud. Falleció el 11-01-2002.
Un descubrimiento para estas "Imágenes e impresiones". (Este era el título de estas anotaciones, antes de optar por "Breviario del ocelote").
17-04-2006  *  J. C. Conde Sauné

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