martes, 23 de febrero de 2010

REUNIÓN DE FIN DE CURSO (relato) *

No sabíamos si , el flaco Alejandro , hablaba porque estaba medio mamado o por ganas de embromar. Entonces Luis, el bizco, dio un golpe en la mesa con la botella de vino y dijo: "orden...orden che que... anduvo también conmigo cierta piba... que ustedes ni se imaginan".
El flaco le retrucaba haciéndole ademanes obscenos. El bochinche creció y la gritería se hizo en contra de Luis, a quien tomamos a la chacota porque era medio mitómano.
Luis recuperó la calma y dijo que iba a contar todo. Amagó con arrancar y se detuvo ante la andanada de cargadas. Al Colorado se le ocurrió una idea: "a mantearlo". Toda la barra mercantil de la noche, minoría selecta, ya que diez asistíamos a aquella reunión, nos echamos encima de Luis y lo dejamos en calzoncillos. El bizco protestaba y nos pedía, por favor, que le devolviéramos los pantalones. Nadie le hizo caso y le dijimos que contara la historia así, que iba a tener más color. Luis vaciló un poco y medio azorado empezó a hablar: "la primera vez que chapé con ella..". "Desde le principio, virola - le dijo el flaco- vamos, y aclará quién es ella, así la ponemos en la lista de las que dieron el mal paso". Más carcajadas y Luis no sabía si seguir o no. Se hizo rogar pero continuó: "Bueno, ustedes la conocieron. Ahora ya... Era macanuda... a mí Historia me dio siempre en los kinotos, pero ella la hacía llevadera. Te hablaba de cualquier cosa y era fenómena. Simpatizamos y me agarré un metejón a toda prueba. Todas las noches yo tomaba el tren hasta Acassuso. Ella bajaba en Martínez. Me hice el caradura, porque sino viejito... y a las minas les gustan que vos te tirés. Un buen día me encontré sentado a su lado hablándole de cualquier pavada... y que era una buena profesora y que yo estudiaba y que el trabajo... que esto... que aquello...". "!Artista¡ -gritó el flaco". Pero era evidente que el flaco se posesionaba de las palabras de Luis y su efecto teatral. A medida que iba narrando su historia, la voz se le atildaba y se hacía casi confidencial. Los ademanes, que acompañaban a sus palabras se hacían precisos y contundentes. Al flaco lo compró enseguida y su grito fue una contraposición a nuestra incredulidad- En cambio, el Colorado sonreía, socarrón, buscando la cargada propicia para cuando el bizco terminara.
"Era dura -continuó Luis- tenía prejuicios, todas las mujeres los tienen. Decía que yo era estudiante y podían vernos los demás y que en la escuela no convenía que eso se supiera. En realidad le dije que eso era una tontería porque todos, los que estudiábamos a la noche, éramos gente grande que no estábamos para niñadas... y que yo la quería y que mi vida ya estaba atada a ella...".
Se dio cuenta que exageraba la interpretación y bajó el tono de voz, lamiéndose la comisura de los labios. Nosotros que habíamos tomado bastante vino, como para dormir diez días seguidos, permanecíamos con los ojos extrañamente abiertos escuchando al bizco, como si sus palabras vinieran del fondo de la inconsciencia donde el alcohol, en suaves marejadas, nos avivara el cerebro.
"Que éramos el uno para el otro -prosiguió Luis- y estábamos piel a piel. Y ahí nomás le zampé un beso medio mal porque esquivó la trucha". "O porque te faltaban los largavistas, bizcocho- dijo el colorado". Nos reímos tanto, que el flaco empezó a vomitar y todos o casi todos, estuvimos en trance de seguirlo. Luis contraído, con cara de asco, en calzoncillos y camiseta, nos miraba a uno por uno. Parecía, como si su propio cuento le diera náuseas. Hizo un ademán de ir a agarrar la ropa, pero el colorado lo agarró. "Vos ahí -le dijo". Alejandro se repuso y alegando que era macho cien por cien, se mandó otro vaso de vino. Lo observamos un rato, para ver el efecto, y esperando una nueva devolución del líquido. Pero fue aflojando las piernas y se tumbó de panza en el suelo. Lo levantamos y lo pusimos en un sillón. Se desparramó en el asiento con las piernas flojas y los brazos caídos. Movió un momento la cabeza y luego se quedó quieto. El bizco, pese a todo, paciente, esperaba para proseguir su narración.
"Era arisca -reanudó cuando lo miramos- y me tenía miedo. Pero después todo anduvo macanudo. Pero no aflojaba. Hasta que un día la invité a casa, aprovechando que los viejos se iban afuera...". Sentí la mano de Corvini, que había estado callado toda la noche, apretándome el brazo. Me dí vuelta y su cara semidormida estaba desfigurada de rabia. Más que gritar, rugió. No tuve tiempo para detenerlo. Se abalanzó sobre Luis que instintivamente se cubrió la cara. Nunca vi a alguien tan enardecido golpear a otro. Lo zarandeaba de arriba-abajo a trompada limpia. Luis cayó de espaldas gimoteando lastimosamente; recién entonces, Corvini, jadeante, lo dejó. Nosotros no habíamos atinado a nada. Sólo que la feroz andanada de golpes, que le había propinado al bizco, nos había sacado la borrachera en un santiamén. Hasta Alejandro se incorporó, con cara de estupor, como si despertara de un mal sueño. Unos atendieron a Luis poniéndole paños de agua fría en la frente y en la cara. El rubio Maldonado -dueño de casa- le trajo café a Corvini y sólo le preguntó: "¿qué te pasó viejo, qué te pasó?". Vimos como Corvini se tragaba el café, rodeado de un silencio consternante. Agarré del hombro a Corvini y le dije que saliéramos. Ahí terminaba la farra. Cuando estuvimos afuera, el viento nos chicoteaba en la cara. Me habló largándome el vino quemado de adentro: "no lo pude aguantar al podrido ése". No le contesté nada y seguimos por Libertador. Íbamos para el mismo lado, él vivía a unas diez cuadras de mi casa. Era un muchacho sombrío y raro y muy pocas veces habíamos hablado. Lo vi impreciso, caminando como un sonámbulo a mi lado. Le dije que lo acompañaba hasta donde él vivía. Después de haber andado un trecho, me detuvo: "¿sabés una cosa che... sabés... una noche como ésta, sabés... estábamos en la terraza de una confitería en el Tigre y ella... me dijo: están altas las estrellas, están tan altas... sabés, la muerte es boluda, te emborracha... te agarra... te jode... ella ya no es una mujer... es tierra es algo... que... no podés besar más". Se largó a llorar, lo miré sin poder decir nada. Súbitamente se echó a correr como un loco. Lo vi doblar en una esquina. Empecé a caminar y dando vueltas, salí a la avenida nuevamente y tomé rumbo por la calle Perú hacia el bajo. Soplaba viento fuerte del río y la humedad me hacía sentir pesadas las articulaciones del cuerpo. Mañana llueve, pensé.
J. C. Conde Sauné * Integra parte del tomo inédito "Dos veces el mismo río"

No hay comentarios:

Publicar un comentario