viernes, 21 de junio de 2013

Hace más de un mes que tecleo, en la "notebook", con una sola mano. Me caí, al meter el pie en el hueco de una baldosa que faltaba en la vereda y me fracturé el antebrazo izquierdo. Fractura del húmero, me dijo la traumatóloga que me revisó y vio la radiografía. Cuando me colocó la férula, que previamente había comprado mi esposa, por indicación del médico de guardia del sanatorio que me examinó  y vio, con anterioridad, la placa que me mandó a sacar; le dije, ahora soy el manco. ¿De Lepanto, me preguntó ella sonriendo? Ojalá lo fuera, le contesté, tendría en mi haber "Don Quijote". Volví a su consultorio, tres semanas después con otra radiografía. Me dijo que tenía que llevar todavía el cabestrillo, pero me consoló diciéndome que la placa mostraba el antebrazo mejorando. Me recomendó unos ejercicios, para ir acomodándolo un poco.
Cuando esperaba mi turno, para sacarme la primera placa radiográfica, había un tendal de tullidos de todas las edades. Entre ellos, una nena de diez años con el dedo índice quebrado y un muchacho con un golpe en el entrecejo y una venda que le cubría una herida en la frente. Este último me contó, que lo suyo no había sido una caída o un accidente; sino víctima de un asalto, a las cinco y media de la mañana, cuando iba a trabajar. La niña, según la madre, jugando en el recreo de la escuela. Pensé que éramos los representantes de las tres edades: la pequeña que estudia y juega esperando un futuro próspero, el muchacho que asume su trabajo con un doble riesgo laboral y yo que tengo la osadía, aparte de escribir y chismear, de transitar las escabrosas veredas de Quilmes-Este.
J. C. Conde Sauné   

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