jueves, 11 de julio de 2013

P. D. James trabajó, durante varios años, en el departamento de policía británico y en el de derecho penal. Por lo tanto, cuando escribe sus novelas policiales, corre con ventaja; además de ser una notable narradora. Me atrae y envidio, aunque mi envidia es sana, su manera de bosquejar primero y luego armar la trama. Es como si alguien preparara la escena, donde se va a presentar una obra. En la novela que acabo de leer, otra más de ella, "Muerte de un forense" (editada en Chile por "Ediciones B"), el hecho acontece en el laboratorio de criminalística del forense. Es como aquel viejo dicho: "en casa de herrero cuchillo de palo". Allí es asesinado un forense, el doctor Edwin Lorrimer, en su propio despacho de jefe del laboratorio. Era un hombre no muy querido por sus colaboradores. Cuando interviene Adam Dalgliesh, jefe de detectives del Scotland Yard, se encuentra con un grupo de sospechosos que no va más allá del laboratorio. Asimismo, con más de uno había tenido una reyerta, porque era muy exigente y petulante en su trabajo. Este laboratorio forense, ya venía investigando un crimen previo de una chica que aparece asesinada en un descampado y es allí donde la investigación debe descartar, alguna conexión con el crimen posterior. Dalgliesh conoce su oficio y va armando su rompecabezas. La novela me resultó muy interesante, aparte de relevante, por la descripción del laboratorio forense y de cómo se manejan las  pruebas. Además, en ese círculo cerrado, desaparece una hoja de la guía de trabajo, que llevaba Lorrimer anotada, en un cuaderno, la pesquisa del crimen de la joven; anotaciones que pueden resultar importantes por los horarios en que se efectuaron. En la novela hay un crimen más, pero el detective-poeta ya tiene el caso casi resuelto. Como decía Tolstoi al referirse a los poetas, que no se detenían en una sola observación porque veían un todo antes que lo particular.
J. C. Conde Sauné

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