martes, 21 de enero de 2014

Al leer de nuevo "La línea de sombra" de Joseph Conrad (edición de "Bruguera" 1980), me llamó la atención la limitada importancia que le da el novelista al personaje principal. Salvo los primeros párrafos del libro, él está siempre sometido a las decisiones de terceros. Conrad busca ese objetivo, mostrar la ambivalencia y la escasa iniciativa del protagonista. Renuncia a su trabajo, como ayudante en un barco, sin saber porqué. Luego a instancia de un capitán llamado Giles, que conoce en el albergue de los marinos, asume la capitanía de un buque de carga; cuando ya tenía el equipaje listo para volver a su casa. Previamente regaña un poco y luego acepta; tentado por estar al mando de una embarcación. Y aquí comienza su odisea, cuando el buque zarpa. Al principio la falta de marea, hace que aquél no avance, porque era con velamen. Más tarde Mr. Burns, su segundo, le refiere todos los hechos acaecidos con el antiguo capitán, que enferma y muere en la travesía, siendo luego arrojado al mar. Siguen los días con calma chicha que impiden el avance de la nave. Se exasperan los ánimos y enferma Mr. Burns, más otros tripulantes. Quedan para sostener la embarcación el nuevo capitán, Ransome un ayudante de cocina y dos o tres marineros más. Mientras Burns, en su delirio febril, sostiene que el barco está embrujado por una maldición del antiguo capitán. Éste, según aquél, había trabado relaciones con una presunta pitonisa o bruja de aspecto horrible. Los enfermos se agravan y los mantienen con quinina. Ransome ayuda al capitán en esa tarea. En un momento de esta labor, es cuando el nuevo capitán descubre la corrompida personalidad de su fallecido antecesor. Cuando se lo comenta a Burns, levemente restablecido, éste le dice que el muerto aparte de mal capitán era un perfecto delincuente. Conrad ya prenunciaba que la corrupción mata.
Conté algo del tema de este libro, un poco para entusiasmar a los que no lo hayan leído, que podría ser tomado como una novela de aventuras; porque su principio y su final parecieran sugerirlo. Pero es mucho más que eso, muestran las factibles falencias del ser humano. El viejo capitán corrupto y el nuevo que siente remordimiento, por no haber tomado los recaudos pertinentes para el control del barco. Una pequeña novela de Joseph Conrad, muy bien traducida por Ricardo Baeza, que vale más que sus 168 páginas; por lo que deja traslucirse.
J. C. Conde Sauné

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