jueves, 3 de enero de 2008


En algunas tardes de enero, como ésta de domingo, cuando de repente el cielo se oscurece y empieza a llover torrencialmente, uno mira desde la ventana de un piso alto; ni una persona caminando por la calle, sólo un perro vagabundo cruza hacia la vereda, donde hay un negocio y se sacude debajo de la cornisa.
Son las tardes especiales para pensar, en un día con una lluvia como ésta, sentado bajo el alero de una vieja casa; soñaba de chico con ser grande y llegar a conocer lugares ignotos. Luego con el oficio que podría ejercer, claro de niño el panorama es mucho más amplio y simple a la vez. Me gustaba poder conducir un tren eléctrico del ex-Mitre (hoy Tren de la Costa) y que ese tren me llevara a países remotos, sabiendo de antemano que el límite era Retiro-Delta. Me sentía dichoso, viendo caer el agua, pensando en esas cosas. Eran tardes de lluvias que inspiraban lo increíble. Adonde quedó la imaginación, ahora compelida en este mundo, previsiblemente, tecnológico. ¿Viajar hacia donde dirigidos como robots?. Lluvia tibia y acariciante de verano, lava toda esta limitación en el siglo venidero y soñar no nos costará un centavo.
16-01-2000 * J. C. Conde Sauné

No hay comentarios:

Publicar un comentario