sábado, 5 de enero de 2013

Termino de leer "El hombre que mira", una novela de Alberto Moravia (1907-1990); no recuerdo haberlo hecho antes con otro libro de él. La trama de esta ficción, publicada por la Editorial Sudamericana en 1985, consta de once capítulos; que parecen once cuentos engarzados entre si. El argumento, si bien no igual, es muy parecido a "Mildred Pierce" la novela de James M. Cain, que comenté anteriormente. En la de Moravia, la oposición y el amor-odio es entre padre e hijo. Aquél un  profesor universitario de Física de renombre, el último un profesor universitario de literatura francesa. Eduardo, el hijo, a la muerte de su madre, hereda un departamento en el edificio paterno. Como es un contestatario rebelde, lo rechaza y acepta dos piezas adonde vive el padre , trayendo a vivir allí a Silvia, su mujer. El padre postrado por un accidente, es atendido por una enfermera y la ayuda de ambos. Un día, imprevistamente, Silvia abandona el hogar y le dice a Eduardo que puede verla fuera de allí e incluso seguir teniendo sexo con ella. Aquél no entiende el porqué y ella tampoco se lo dice en el momento. Y así se va desarrollando el tema, donde el título de la novela sugiere el oficio de fisgón de padre e hijo; ambos obsesionados por el sexo. Más adelante, el avance del relato, confirma que el desencuentro entre padre e hijo viene de muchos años atrás. 
En el medio aparece Pascasie, una mujer a la que Eduardo va a relacionar con un poema de Mallarmé, que encaja en el clima erótico de la novela; de un final diría incomprensible e inaceptable. Pero la vida, a veces, sigue su curso por rumbos del absurdo y se acomoda como puede.
Me deja la expectativa abierta, para leer otra ficción de Moravia que me conforme más. Referencia aparte, muy buena la traducción de Luciana Daelli. 
J. C. Conde Sauné  

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