viernes, 27 de julio de 2007


El hombre escribía, obstinadamente, en un cuaderno. Corría del mismo las golosinas o baratijas de los vendedores ambulantes en el tren.. Me llamó la atención porque usaba un cuaderno, como hago yo. ¿Escribiría una novela, un cuento o un ensayo?. A pesar de mi curiosidad, no pude averiguarlo. Estaba sentado, contra la ventanilla, en al fila de asientos del costado. Después aparecieron los músicos, charango y guitarra en manos; se mandaron sendas canciones folklóricas, pero el hombre siguió escribiendo, sin que nada lo perturbara. Y vendrían otros vendedores, que pondrían sus mercaderías sobre el cuaderno, pero él no se detenía, las hacía a un lado y continuaba su tarea. Me dio una genuina envidia, ver que nada podía distraerlo. Yo que había empezado a leer un libro Chéjov, con obras breves de teatro y que llevaba para ese largo trayecto Quilmes-La Plata, abandonaba cada tanto la lectura y me entretenía mirando a través de la ventana y comprobando, además, que a ese hombre perseverante nada lo iba a detener.
Me bajé en la estación Quilmes. Él continuaba sus escritos y los vendedores ambulantes, adelante con sus rutinas.
Hay que venerar tanta constancia en ese hombre y en los otros.
J. C. Conde Sauné

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