En la sutil singladura de la tarde,
Robert Schumann se me aparece.
Trae sus partituras debajo del brazo,
las extiende, mira hacia ambos lados
y levantando la cabeza
da comienzo a su concierto.
Sus manos dibujan en el aire,
pequeños scherzos
de reminiscencias olvidadas.
En el desliz acústico
te tanto sonido vano,
que hoy nos taladran los oídos,
sus sueños hechos a la tibieza
de lejanos paraísos perdidos,
me hacen feliz, si por feliz se entiende,
acariciar los acordes pausados
del crepúsculo o de doblar,
cuidadosamente, las notas del maestro
hasta el próximo concierto.
J. C. Conde Sauné
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