Desde la primera letra hasta la "o" y volviendo de la "o" a la "n", un desliz de cuerdas va penetrando la medianía sin pausas; suaves, atenuadas, me esperan las voces de la ciudad que se agita en una laxitud inmemorable. ¡Escuchen!. Ese primer violín de Eduardo Rovira, tiene una lágrima en cada cuerda; su arco accede a las nómades tardes grises de la locura. Creemos sentir miedo a morir, que nuestro recuerdo sea una triste sombra entre las sombras... Tal vez mañana, cuando este tango me devuelva mi nada rescatada en melodía.
J. C. Conde Sauné
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