lunes, 17 de marzo de 2014

Los hombres pasan y las empresas quedan, así decían. Eso podía ocurrir en el pasado, pero ahora sucede todo lo contrario. O quizás, también lo inaudito, algunos hombres y empresas desaparecen por completo. Cuando uno deja una empresa o "lo dejan" de una empresa, rara vez se pregunta lo que sucedió con esa empresa. La vida nos va llevando por ahí tratando de subsistir, sin preocuparnos en lo más mínimo por la suerte de ese lugar. Además algunos compañeros son circunstanciales, ligados a nosotros sólo por las tareas diarias; por lo tanto se pierde asimismo ese contacto. Es cierto, que se recuerda con cariño algún lugar de trabajo más que otro. A mí me sucedió con la Editorial Abril, una porque al ser editora de revistas se estaba más conectado con la palabra y  lo que se expresa a través de ella. Si bien yo trabajaba en tareas contables, realicé alguna que otra traducción del francés para revistas y libros que se editaban. Y recuerdo el paso por la editorial, entre tantos otros, de Ana Godel (además de periodista, artista plástica y con quien hablaba a menudo), Homero Alsina Thevenet, Marcelo Pichon Rivière, Miguel Briante ( a quien conocía de antes), Magdalena Ruiz Guiñazú y David Almirón.
La Editorial Abril jaqueada por el gobierno de turno, corrían los turbulentos años setenta, fue vendida por César Civita y se despidió a gran parte del personal; entre los que yo me encontraba. Al poco tiempo se fue de Alem y Paraguay; entonces perdí todo contacto. Supe por una ex-compañera, que se habían mudado a la calle Suipacha y que siguieron despidiendo gente. De ahí en más fue todo una nebulosa, de las tantas que nos acontecen en la vida. Por eso me sorprendió hace más de un año, precisamente el 20-12-98, leer en el suplemento de "Clarín- Cultura y Nación"  ( y lo recuerdo ahora porque encontré el recorte del diario que había guardado) el artículo escrito por Pablo De Santis en "Cuatro historias bajo el sol". Allí relata como terminó sus días la editorial. Su incendio, mientras trabajaba en Villa Carlos Paz inventando romances del verano para "Radiolandia". Primero la incertidumbre de no saber, a la distancia, la magnitud del hecho; luego el regreso y ver la redacción calcinada, ya no estaban los tabiques y paneles que las dividían. Más tarde una mudanza a otro edificio y después las revistas que dejaron de aparecer, una por una, hasta su cierre total.
Me pareció muy bueno el final del relato, cuando cuenta que visita el lugar incendiado, busca su escritorio y retira sus efectos personales; pero deja la novela de Keneth Fearing "El gran reloj" que no había terminado de leer. Como una señal de buena suerte, dejar algo en un lugar que uno abandona. Curiosamente confieso, que tampoco terminé de leer "El gran reloj"; extravié el libro y sólo había leído casi la mitad. Pero cuando me despidieron de Abril, dejé un jarrito en el que tomaba café; no como una cábala especial, sino porque mis compañeros me dijeron: "déjalo por ahí conseguís un buen laburo y te comprás otro mejor". En cambio, en mi antiguo lugar de trabajo, hubiera dejado no sólo el jarrito sino también mis gratos recuerdos antes que un libro; como hizo De Santis.
Pero, en fin, creo que la querida Editorial Abril merecía ese tributo.
23-01-2000   *   J. C. Conde Sauné        

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