lunes, 30 de enero de 2012

CONFIDENTES ( relato ) *


Pienso en tu sexo. Simplificado
el corazón, pienso en tu sexo,...
CÉSAR VALLEJO      (Trilce XIII)

- El tren corría bastante. Hasta Rosario voló, te lo puedo decir.
- Hay buenas vía en ese tramo.
- El Estrella del Norte salió casi vacío. Era a mediados de noviembre del 58.
Los dos amigos se miraron, tomando un trago de cerveza.
- Algunas veces creo que la Río te da sueño.
- Che, contá el asunto ese.
- Bueno... llegamos a Rosario. Yo le venía haciendo ojitos a una santiagueña, que viajaba recostada contra la ventanilla del asiento de enfrente. Entonces subió el tipo ése. Se desplomó con fatigado al lado mío. Enseguida me dí cuenta que buscaba conversación. Sacó cigarrillos y me pidió fuego. Prendí el encendedor. Después recapacitó y quiso convidarme. Le dije que recién había tirado. No me gusta tomar confianza con la gente así nomás.
- ¿Che, pero la santiagueña?
- Pará un cacho atolondrado, con las mujeres es distinto. Cuanto más confianza, mejor. !Eh mozo¡
- Está por cerrar viejo, vamos a otro boliche
El mozo hacía un buen rato que los miraba de reojo. Había comenzado a apagar la mitad de las luces, luego la música y más tarde apilaba las sillas arriba de las mesas. Cuando el rubio, que relataba el viaje, lo llamó, merodeaba alrededor de la mesa sacudiendo la servilleta. Pagaron y se incorporaron de los asientos. El otro parecía un poco mareado y caminaba como con miedo de afirmar los pies.Anduvieron unas cuadras, por Libertador, sin hablar. El rubio silbaba algo de Antonio Carlos Jobim, que habían escuchado en el bar.  
- O amôr em paz -dijo el otro
Siguieron caminando en silencio, y luego se decidieron a entrar en una confitería, cuyo letrero luminoso se leía por la mitad de sus sílabas: LU... ..SSA, la otra estaba apagada y hacía un chistido breve y en seguidilla. El rubio se sentó primero y le preguntó al otro:
- Decime... ¿Qué tomamos?
- Cerveza, no hay que cortar la racha. ¡Mozo, una Río Segundo! ¡Oiga no, mejor dos!
- ¡Dale viejo, da apoliyo esa cerveza!... ¡Cómo te va con la piba?
- Carburá un poco y contame aquello... ¡O no querés hablar!
- Sí -dijo el rubio- pero es un caso raro y yo no quería hablar, y menos pensar. Te enferma el bocho pensar. Y vos me conocés... quiero deslizarme así como ahora... sintiendo este parloteo estúpido en los oídos y no pensar. Tragar cerveza así... ¡Ves? ¡¡¡Pufff!!!... Sin respiiiraaar...
- ¡Dale contá contá!
- El tipo ése... sin que yo le preguntara nada me dijo que era fotógrafo. Estaba casado y tenía dos pibes. Sacó la billetera y me mostró las fotos de la señora y los pibes. La señora era una linda mujer de rasgos santafecinos. ¡Qué sé! Te digo santafecinos... Ese tipo de mujeres circunspectas y estáticas, pero que pueden ser de cualquier lado. Me dijo también, y esto me asombró, que no tenía ningún problema con su mujer. En fin... que las relaciones sexuales eran normales y lo satisfacía plenamente. La quería por compañera, por mujer, por todo. Apenas me conocía y mirá todo lo que me largó...
El rubio empinó el vaso y lo llenó nuevamente. Tomaron, permaneciendo callados. Cuando el otro se quedó con el vaso suspendido camino a la boca, casi interrogante, recién entonces, el rubio prosiguió:
- Me preguntó si tenía mujeres. Le dije que no siempre me iba bien. Pero que, en algunas oportunidades, llegué a salir con tres o cuatro distintas por semana. No fanfarroneé, sabés que es cierto negro.
- Sí sí flaco, pero seguí con aquello.
- Bueno le conté el asunto con María, que no podía explicarme como una mina grande, de treinta y pico de años, salía conmigo que era un borreguito de dieciocho, y que a mi me daba calor. ¡Mirá que yo confiarle cosas a un tipo que no conocía!Pero era simpático, inspiraba confianza y él contaba también. Además no conocía a María, ni la iba a conocer. Entonces le dije que a María le gustaba calentarme antes de dejarse tocar, y todo lo demás que vos sabés. Él siguió adelante nomás, con todo. ¡Che, me oís?
- Sí, pero cierro los ojos por cansancio. Te oigo flaco, seguí.
Volvieron llenar los vasos y los vaciaron.
- Bueno -prosiguió el rubio- una noche en una fiesta, a la que había asistido con su mujer, se encontró con una empleada de su estudio. Me dijo que nunca le había llamado la atención, y que hacía unos tres meses que trabajaba para él.  A pedido de su esposa, que estaba cansada y no quería bailar, salió entonces con la empleada a la pista. Bailó sin mayor interés la primera pieza, hablando de cosas triviales. Luego llevado por una curiosidad, ella le había dicho que se sentía bien así bailando, la sacó de nuevo y la atrajo más hacia si, aprovechando el acorde pausado del tango. Fue entonces que sintió ese vientre caliente junto al suyo. La apretó más fuerte y ella no dijo nada. La pista estaba repleta de bailarines y le resultaba fácil hacerlo. Sintió el latido de sus pechos debajo del vestido. Por un momento permaneció, pegado a ella, sin dar un paso. Luego la grabación terminó... y observó que ella aparentaba en el rostro, la misma indiferencia que le conociera. Sabía, sin embargo, que ese cuerpo hervía. A él, en cambio, le parecía que su cara estaba enrojecida y las sienes le latían. Esa noche se saludaron y no pasó nada. Pero me dijo que jamás, mientras viviera, se iba a olvidar de ese vientre contra el suyo, atenaceándolo. A la tarde siguiente, la encontró distraída mirando unas placas. La tomó del brazo y la enfrentó hacia él. Sintió como sus labios se abrían y como ese cuerpo insulso, de fría apariencia, se contorsionaba con un frenesí de todos los infiernos... Así empezaron los amoríos clandestinos en su estudio. Me contó también, que le costó mucho desnudarla. Quería saber que lo atraía hacia esa mujer, a pesar de su contextura física carente de sensualidad. Y que, en ese momento, tampoco lo comprendía y todo lo asombraba como un hecho nuevo. Había leído algo sobre el Informe de Kinsey y lo poco de sexología, que conocía, se lo debía a él. Pero tampoco eso lo ayudaba mucho. Además le dolía haber engañado a su mujer, bueno... 
- No che, seguí que te escucho. ¡Dale, dale! Pará que brindamos por el excelentísimo sexo y por el rana ése. ¡Qué gente conocés vos, viejo! Pero seguí que me interesan estos angustiados eróticos.
- Bueno, acá termina. Un día, repentinamente, dejó de interesarle así como lo había obsesionado, y volvió a ser su empleada virtuosa. Volvió a recalcar que no comprendía un comino. "Quiero a mi mujer y a mis hijos -me repetía- pero no sé, en un momento me olvidé de todo. Hasta los hubiera abandonado, si ella me lo hubiera pedido". Yo, para no quedarme atrás, le dije que mis relaciones con María eran raras, pero que nunca me afligían. "Vos sos joven, mi amigo -me dijo- y a la juventud nada le preocupa. Pero yo, ya piso los cuarenta con la rutina a cuestas, me gustaría tener tu edad...  charlando se pasa el tiempo, Ya estoy por llegar, por si algún día decidís bajar por aquí (me dio una tarjeta) vení a casa, que sos un amigo..." El tren paró en Gálvez, me dio la mano y descendió. Lo vi alejarse con pasos ágiles y decididos. Luego fue un punto... y ya nada. ¿Che, dormís?
- No flaco, te escucho. ¿Tomamos otro porrón?
- ¡Cualquier cantidad me tomaría! Total nada me preocupa y menos tu curda de demonio. ¡Pedí, negro! Yo no hablo más... Esta noche, tengo ganas de bajar barriles de cerveza...

J. C. Conde Sauné          * Integra parte del tomo inédito "Dos veces el mismo río"

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