lunes, 30 de julio de 2012

Algunos libros de W. Somerset Maugham, fueron mis lecturas de adolescencia. Hoy esta palabra está devaluada por ciertos críticos, porque hay que mirar para adelante y leer a los nuevos; pero es verdad, que mucho de lo que se escribe no puede competir con Somerset Maugham. Además, habría que dejar de lado a Turgueniev, Chejov, Maupassant o Dostoievski porque también fueron leídos en mi adolescencia y cada tanto los releo. Haciendo caso omiso a esos avanzados de la literatura, me traje para casa un libro de Maugham que no había leído. Contiene dos "nouvelles", "El misterio de la villa" y "Soberbia" (que en realidad es "La luna y seis peniques", su título traducido del inglés y la anterior "Up at the Villa", tampoco fue respetado el original).
"El misterio de la villa, es una buena novela. Con un personaje, Mary Panton, que describe muy bien el autor, sus estados cambiantes de ánimo. Algo raro, en los escritores que pocas veces incursionan en el alma femenina. Un rol apropiado, para Kristin Scott Thomas que la interpretó en el cine. Pero lo verdaderamente atractivo del libro, para mí, es "La luna y seis peniques"; que viene a ser una biografía novelada de Paul Gauguin, el gran pintor del "fauvismo". El relato que construye Somerset Maugham, es admirable. Esconde a su personaje en un supuesto Charles Strickland y lo define como un obsesivo soberbio. Siempre en todo acto creativo hay una obsesión, es cierto; pero cuando esta supera a la vida misma del creador, hay una especie de locura. Este Strickland (Gauguin), un día abandona a su esposa y a sus dos hijos y se va a Francia. Su mujer piensa que se ha ido con una amante; ignoraba que era afecto a la pintura. Pero el narrador lo encuentra en París, viviendo en un cuartucho miserable, con sus pinceles, pinturas y telas. Pidiendo plata prestada o trabajando de cualquier cosa para poder vivir. Alejado del mundo de los artistas, importándole un rábano lo que los otros pintan. Como una lección dice: "crea tu propia obra e interésate poco por lo que piensan de ti". Para los que lo conocen, sólo un pintor holandés de paisajes piensa que sus pinturas son muy buenas; aún el narrador duda del valor de ellas. Un acierto, del novelista, es reformular a cada instante como seguir escribiendo el libro. Eso lo aclara al comienzo,ya que conoce muy poco del personaje y cómo llegó Tahití, donde realiza lo mejor de su pintura y finalmente muere.
Paul Gauguin, con otros de su escuela,entre ellos el primer Van Gogh, Henri Matisse, André Derain y Raoul Dufy iluminaron el arte pictórico de su época. Una suerte de primitivismo que preanuncia a las nuevas escuelas, como el arte abstracto. La forma y los colores no son perfectos, sólo son como los ve el artista. Todo esto lo vio muy bien el novelista, que precisamente le puso a su obra "La luna y seis peniques"; según dijo, porque mientras unos andan de noche mirando el suelo buscando algunas monedas, otros miran a lo alto y ven la luna. Eso fue lo que hizo Paul Gauguin, siempre buscó, en el infinito, la belleza.
J. C. Conde Sauné   

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